De tu mirada resplandeciente surge una luz que todo lo desnuda, sugiriendo paraísos y mares de ceniza, ocultando sombras en huracán de besos. Lates en mi corazón aunque anidaste en las estrellas.
viernes, julio 27, 2007
lunes, julio 23, 2007
jueves, julio 19, 2007
De murallas y hombres
Veo una ciudad amurallada, da sensación de pesantez, de historia amalgamada en piedra, de antigüedad sobria y distante. Las murallas encierran temores y consuelos, albadas de centinela y horizontes pétreos de gloria y conquista.
Hay murallas entre nosotros, entre nuestros lenguajes y nuestros signos. Murallas, no por invisibles menos infranqueables, de impersonalidad y lejanía.
Casi siempre pensamos que las murallas impiden entrar. Pocas veces que también impiden salir.
Hay murallas entre nosotros, entre nuestros lenguajes y nuestros signos. Murallas, no por invisibles menos infranqueables, de impersonalidad y lejanía.
Casi siempre pensamos que las murallas impiden entrar. Pocas veces que también impiden salir.
domingo, julio 15, 2007
Unanimidad relativa
Estrena George Bernard Shaw una de sus comedias y, al final de la representación, el entusiasmado público llama al autor para aclamarle.
Aparece en el escenario el genial humorista irlandés y, al saludar al respetable, advierte que dicho entusiasmo tiene una excepción, una sólo, pero excepción al fin: Un señor de la primera fila no participa de la opinión general, y demuestra su descontento con fuertes golpes de bastón.
Bernard Shaw se adelanta. En la sala se hace el silencio. Shaw se encara con el iracundo espectador y le pregunta muy cortésmente:
-¿Qué le ocurre, caballero? ¿No le gusta la obra?
-¡No, señor! -responde indignado el minoritario reprobador.
-¡A mí tampoco! -dice Bernard Shaw sin inmutarse-. Pero, ¿qué quiere usted que hagamos contra tanta gente?
La ovación se repite estruendosa.
Aparece en el escenario el genial humorista irlandés y, al saludar al respetable, advierte que dicho entusiasmo tiene una excepción, una sólo, pero excepción al fin: Un señor de la primera fila no participa de la opinión general, y demuestra su descontento con fuertes golpes de bastón.
Bernard Shaw se adelanta. En la sala se hace el silencio. Shaw se encara con el iracundo espectador y le pregunta muy cortésmente:
-¿Qué le ocurre, caballero? ¿No le gusta la obra?
-¡No, señor! -responde indignado el minoritario reprobador.
-¡A mí tampoco! -dice Bernard Shaw sin inmutarse-. Pero, ¿qué quiere usted que hagamos contra tanta gente?
La ovación se repite estruendosa.
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