martes, diciembre 16, 2008

Aplausos a una mano

Se estrena un drama en el Teatro Español de Madrid. Ha terminado el segundo acto entre frenéticos aplausos y el público, en pasillos y vestíbulo, comenta el éxito de la obra. Alguien dice:
-A Valle-Inclán, que no es fácil de convencer, le encanta la obra. Pocas veces he oído de sus labios elogios tan sinceros y calurosos.
-Pues yo -replica otro individuo del grupo- tengo mi butaca al pie de su palco y no le he visto aplaudir ni una sola vez.
En esto, el propio don Ramón, que se acercaba y había escuchado el breve diálogo, preguntó al que había hablado últimamente:
-¿Quería usted que me pusiera a darme palmadas en la frente con la mano que me queda?
(Para Mer, que tiene una mano averiada y no aplaude, pero nos regala su sonrisa luminosa)

jueves, diciembre 11, 2008

Palabras Desnudas


Han venido a verme las palabras, muchas, quizá todas. Las he desnudado y descubrí un lento perfume de luz en su piel, un contacto líquido de tinta y de papel.
Las he desnudado porque quería su voz, pero estaban mudas. He querido recordar en ellas los pasos que tantas veces hemos caminado juntos sobre el papel, pero quedaron quietas, mirando el recuerdo de una luz, un perfume, una tinta, una piel. Caminamos sobre el papel hacia nosotros mismos pero envueltos en otra piel.
Las palabras están desnudas.
"En las palabras vive lo que vivió ayer,
pero nunca lo mismo tiene segunda vez
".

lunes, diciembre 08, 2008

Duelo de miradas

Los ojos se posan en otros ojos, un fragmento de tiempo que puede resultar fugaz y perdurable. Es un juego. Los adversarios se miran con mayor o menor intensidad sabiendo que la próxima vez el momento sea más extenso quizá. Timidez, audacia, seguridad o desdén según el ánimo, o la intención. Sigue siendo un juego.

Miramos tantas veces y no vemos y vemos tantas veces sin mirarnos, que el juego de mirarse a los ojos está a punto de perderse en miradas vacías. Sin rozar lo interior el ojo sueña, roza, palpa, desvaría impreciso hasta congregarse entre sombras como si de una luz inmadura se tratase.

Pero el juego vuelve. Se mantienen firmes las miradas, no es posible el parpadeo, y un latido hondo y dulce golpea suavemente, como llamando a una puerta invisible. Los ojos fijos. Es un juego.

Y como en todo juego que se precie, siempre son los niños —cuanto más pequeños, más diestros— los que resultan invencibles en un duelo de miradas. ¿Será por su inocencia, por su seriedad?