miércoles, octubre 28, 2009

Cosas de chicas (1)

Una de las cosas que más puede descomponer a una mujer es que otra mujer lleve su mismo modelo de vestido. Los hombres no solemos fijarnos en éso, y, si lo hacemos, lo tomamos a chufla. Pero ellas, se pueden enfurecer hasta límites insospechados.
En una boda muy distinguida asistí a un espectáculo "delicioso". La esposa de un amigo iba puestísima y monísima con su vestido de color "no me acuerdo ahora". Transcurrió la ceremonia, nos reunimos los asistentes en el atrio para intercambiar saludos refinados y gentiles y la antedicha cumplimentó ostensiblemente a otra amiga. Ya en el vehículo que nos llevaba al restaurante donde se celebraba el banquete, mi amigo, entre extrañado e incrédulo le dijo a su esposa:
-Ya he visto que has estado muy efusiva con Fulanita (Fulanita era esa otra amiga que había sido exnovia de mi amigo y a la que su mujer no conocía personalmente).
-¿Yooo? ¿Es que estaba en la iglesia?
-Claro -tercié yo, haciendo mal tercio- la morena del vestido negro que has besuqueado con tanto entusiasmo.
-¡Por favor! ¡Qué vergüenza! -exclamó ella irritada.
Se acabaron los tercios porque la cara de la esposa de mi amigo empezó a adquirir unas tonalidades peligrosas para los cercanos, y seguimos el trayecto hablando del tiempo, de lo guapo que estaba nuestro amigo el novio, y del último partido de liga de fútbol. Ella estaba realmente enojada.
Una vez en el bar del hotel, tomando el aperitivo y cuando parecía que había escampado, sobrevino la catástrofe. Un matrimonio amigo que no pudo acudir a la iglesia se reunió con nuestro grupo. Y quiso el destino funesto que la esposa vistiera un modelito idéntico, pero idéntico, a la antecitada mujer de mi amigo. Los hombres, ante esas circunstancias bromeamos con la casualidad, quizá porque todos vamos muy parejos, con traje oscuro preferentemente azul marino. Pero ellas, nooooo. Ambas quedaron boquiabiertas como si aquello no pudiera estar sucediendo, como si fuera un mal sueño del que van a despertar enseguida. Claro que cuando tienes que sentarte a la mesa con otra mujer vestida exactamente igual que tu, el espíritu femenino no puede por menos que rebelarse. Y en una boda tan finolis no se puede increpar a voces a la otra por su elección del vestuario, ni liarse a mamporros, sino que hay que guardar una sutil y discreta compostura, forzar la sonrisa y rezar para que pase pronto de ellas este cáliz de sufrimiento.
La rechifla se palpaba en el ambiente, y algún destarifado la atizaba con comentarios tales como: "Caramba, sois del mismo colegio", ó "habéis venido de uniforme". Yo cerraba los ojos pensando que de un momento a otro volarían tenedores y cuchillos y nos encontraríamos sin comerlo ni beberlo en La matanza de Texas, pero en el Gran Hotel.
Afortunadamente todos salimos airosos e indemnes, y me consta que ambas mujeres siguen siendo amigas, aunque creo que si van invitadas a una boda, se telefonean antes para saber el atuendo de cada cual.

domingo, octubre 18, 2009

Lenguaje evolutivo

Hasta hace relativamente poco tiempo, decirle a alguien en castellano que era un "niño gótico", equivalía a tacharle de jovencito presuntuoso e insustancial, amén de cursi (según acepciones recogidas por el DRAE).
Pero si ahora llamamos a una persona "gótica", una importante mayoría de la población creerá que nos estamos refiriendo a un individuo perteneciente a una subcultura en la que prima una estética negra, con ornamentos oscuros, siniestros, tétricos y lúgubres.
Ahora les toca elegir a ustedes que acepción les gusta más.

martes, octubre 13, 2009

Fiestas de pueblo

En mi ciudad estamos en fiestas. Y, aunque la población roce los 700.000 habitantes, las fiestas son de pueblo. No voy a entrar en detalles porque no me apetece, pero me ha venido a la memoria una historia que me contaron y que sucedió no hace demasiado tiempo.
En el Ayuntamiento de un pueblo cuyo nombre recuerdo perfectamente, pero no voy a decir, alcalde y concejales preparaban el programa de fiestas patronales. Andaban algo mosqueados porque en el pueblo de al lado, con el que les unía una cariñosa enemistad, habían recuperado una vieja tradición para sus fiestas, consistente en una especie de comparsa de cabezudos. Y éstos no querían ser menos, de modo que se habían puesto a buscar alguna tradición que llevarse a las fiestas. Una encontraron. Parecía ser que hubo una procesión en la que acompañaban al santo por todo el pueblo unos alabarderos con vistosos uniformes y alabardas de más de dos metros. Pusiéronse manos a la obra, desempolvaron los trajes, los restauraron y remozaron las alabardas con todo lujo y esplendor.
Con todo preparado, se produjo el conflicto. En la calle de acceso a la plaza había un arco bajo el cual pasaba la procesión. Y los soldados no podían atravesarlo con las alabardas enhiestas.
-Pues habrá que cortar las lanzas -propuso uno.
-¿Cómo se van a cortar las lanzas si tienen tanta antigüedad?
-Pero mira que sois burros... Se desmonta el arco.
-¡Si desmontamos el arco se viene abajo la casa del Emerenciano!
El secretario del ayuntamiento, que era de ciudad, los miraba atónito y despavorido ante las tropelías que aquellos munícipes eran capaces de cometer. Casi en un susurro, se dirigió a ellos:
-Disculpen, señor Alcalde, señores concejales. Pero, dado el tamaño de las alabardas y la altura del arco, en vez de tocar unas u otro, ¿no sería más prudente que los soldados se agachasen con la lanza al pasar bajo el arco? Así no habría que modificar nada...
Los concejales, tras unos momentos de reflexión, prorrumpieron en aplausos y vivas a aquel pobre secretario de ayuntamiento que acababa de solucionarles el grandísimo problema. Y el alcalde, se dirigió a sus ediles:
-Si es que, no hay como tener estudios.