¿Qué piedras, qué murallas
quieres batir en mí?
Estás ahí, azorada en el aire, sacudes
como dudosos diedros de penumbra,
alas de pardo luto
urgentes, implacables al cerco.
No me sirven mis manos, ni mis pies,
que afincaban la tierra,
que arredraban el aire.
No me sirven mis ojos,
que aprisionaron la hermosura,
no me sirven mis pensamientos,
que coronaron mundos a la caza de Dios.
Estoy aquí, hoy, inválido ante ti,
inerme ante tus fauces sedientas de vida,
grandiosa criatura nacida en tinieblas,
que tejes el ondulante paño de la angustia,
que me ahoga en impotente espera
ante tu inmensa voluntad de sombra,
obstinada en robar el tierno punto vivo,
mi pobre espacio cósmico,
el eco de mi ser,
de una razón humana que se extingue.
miércoles, diciembre 28, 2005
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