Cuentan que sucedió en un colegio de curas hace muchos años. Dicho colegio tenía un museo de historia natural de considerable valor, sobre todo entomológico, pues contaba con ejemplares de insectos raros y casi únicos. Todo ello gracias a las aportaciones del padre Longinos Navás -entomólogo famoso del primer cuarto del siglo veinte- que al marchar a misiones por los lugares más recónditos del mundo, además de evangelizar a los indígenas, tenía a bien recoger todo bicho viviente y enviarlo al colegio como material de estudio (convenientemente disecado). Urgía encargos a sus hermanos de orden para que hicieran lo mismo, y así se consiguió tan importante acervo museístico. Los taxidermistas debieron forrarse.En un largo pasillo, tras unas enormes cristaleras, se apiñaban de forma abigarrada tortugas, anacondas, pájaros de todas las especies, desde nobles águilas a humildes gorriones, zorros, hurones y cantidades ingentes de cajitas con insectos. Bueno, en algún caso lo de "cajita" es un eufemismo, pues había moscardas del tamaño de un Seat 600, y arañas como baúles. Pues a pesar de contar con tal vastedad entomológica, la verdadera estrella del museo del colegio era una leona. Una simpática leona de abiertas y terroríficas fauces que conservaba intacto entre los ojos el orificio del disparo que terminó con su vida. Los alumnos más pequeños del colegio, llegaban -como si de una aventura se tratase- hasta la segunda planta del edificio del colegio (un edificio con más de cien años en sus cimientos, de techos altísimos, largos corredores, amplias escalinatas y un sinfín de recovecos) para ver a "la leona". Pues bien, y ahora llega la leyenda, una mañana, cuando todos los alumnos de todos los cursos estaban en sus aulas correspondientes, se escucharon unos tremendos y angustiosos gritos. Provenían de los baños de 3º de Bachillerato y los profería el señor Gómez (alias "el mol") profesor de química. Las fuerzas vivas (es decir, los curas y demás profesores, amén de los chavales cotillas y escurridizos que se metían en todas partes) se personaron inmediatamente en el lugar de los gritos y descubrieron al señor Gómez (a) "el mol", con la bragueta abierta y señalando horrorizado a la leona del museo que le miraba amenazadora junto a un urinario. Excuso decir que la rechifla fue colosal. Los curas iniciaron sus averiguaciones para esclarecer el hecho de que la leona fuese sacada del museo con tan gamberriles propósitos como fueron acoquinar al señor Gómez (a) "el mol" cuando el hombre sufrió un apretón urinario a los que era proclive. Las pesquisas no obtuvieron recompensa, pues nunca se supo qué, quién, o quiénes, habían sido los culpables, por lo que comenzó a extenderse la leyenda de que la leona salía de paseo alguna que otra vez. Hoy día, el museo Longinos Navás puede visitarse (con su leona del disparo entre los ojos, incluída) en el edificio del Paraninfo de la Universidad, en una plaza muy céntrica de Zaragoza, a escasos metros de donde estaba el colegio, ya derruído y cuyo espacio ocupa ahora un enorme edificio de una entidad bancaria.Hoy día, puesto que la tropelía ha prescrito, me declaro públicamente culpable del traslado de la leona del museo hasta los aseos de 3º de Bachillerato junto a otros dos compañeros. Los tres, alumnos entonces de 3º, no tuvimos intención de asustar al señor Gómez (a) "el mol", sino al primero que llegara (aunque como el mol era un poco cabroncete, que se fastidie) porque, os aseguro que llegar meándote al baño y toparte con una leona que te mira con las fauces abiertas, acojona un montón.
lunes, enero 23, 2006
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