Muchas veces creo que estoy en un país de sordos. Demasiadas personas hablan sin escuchar lo que les dicen los demás, aferradas a sus palabras, inmersas en un inacabable soliloquio. No atienden las palabras de su interlocutor pensando en lo que van a decir ellas mismas. Realmente no es que no escuchen, sino que ni siquiera oyen otras palabras que no sean las propias.
Compruebo con desánimo que bastantes actores se suman a esta práctica voluntariamente sorderil. No escuchan la otra parte del diálogo porque están preocupados, exclusivamente, por su papel. En algún caso puede atribuirse a la inexperiencia e incluso al temor de interrumpir el texto del interlocutor (pisarle una frase a un actor vanidoso puede suponer que en el primer mutis el petulante se lance a masticarle la nuez al bisoño por privarle de un brillante final de frase con su impericia). Pero en demasiadas ocasiones se advierte una pobre arrogancia, como si el actor considerase que el único papel importante es el suyo. Aunque esto, sospecho que no se da sólo en el teatro.
Lo realmente divertido sobreviene cuando al actor no se le da el "pie" adecuado, entonces -para no quedarse como un pasmado- hay que echar mano del oficio.
Don Juan Tenorio comienza en la hostería del Laurel, en la que, durante las primeras siete breves escenas, don Juan escribe una carta, el hostelero y el criado Ciutti hablan de sus cosas, llega un embozado y después otro. Este segundo embozado que se llama don Diego, al entrar pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI: En ella estáis, caballero.
DON DIEGO: ¿Está en casa el hostelero?
BUTARELLI: Estáis hablando con él.
El embozado se acomoda, llegan después dos señoritos sevillanos. Y se desencadena la acción de la trama.
Pues bien. Sin que se sepa por qué, el actor que interpreta al hostelero Butarelli, cuando concluye su diálogo con el primer embozado, don Gonzalo, en vez de quedarse en escena limpiando y trajinando, como indica la acotación de la obra, hace mutis, se marcha. En ese momento entra en escena el segundo embozado, y pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
Perplejo, advierte que en la hostería sólo se encuentra un embozado sentado a una mesa. No sabe qué hacer. Es imposible que el actor encargado del papel de Butarelli le responda por la sencilla razón de que no está. Breve y angustioso silencio. Pero surge la genial improvisación del primer embozado:
DON GONZALO: En ella estáis, caballero.
Ni está en casa el hostelero
ni estáis hablando con él.
A veces, en el teatro y en la vida nos toca improvisar frente a la sordera.
Compruebo con desánimo que bastantes actores se suman a esta práctica voluntariamente sorderil. No escuchan la otra parte del diálogo porque están preocupados, exclusivamente, por su papel. En algún caso puede atribuirse a la inexperiencia e incluso al temor de interrumpir el texto del interlocutor (pisarle una frase a un actor vanidoso puede suponer que en el primer mutis el petulante se lance a masticarle la nuez al bisoño por privarle de un brillante final de frase con su impericia). Pero en demasiadas ocasiones se advierte una pobre arrogancia, como si el actor considerase que el único papel importante es el suyo. Aunque esto, sospecho que no se da sólo en el teatro.
Lo realmente divertido sobreviene cuando al actor no se le da el "pie" adecuado, entonces -para no quedarse como un pasmado- hay que echar mano del oficio.
Don Juan Tenorio comienza en la hostería del Laurel, en la que, durante las primeras siete breves escenas, don Juan escribe una carta, el hostelero y el criado Ciutti hablan de sus cosas, llega un embozado y después otro. Este segundo embozado que se llama don Diego, al entrar pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI: En ella estáis, caballero.
DON DIEGO: ¿Está en casa el hostelero?
BUTARELLI: Estáis hablando con él.
El embozado se acomoda, llegan después dos señoritos sevillanos. Y se desencadena la acción de la trama.
Pues bien. Sin que se sepa por qué, el actor que interpreta al hostelero Butarelli, cuando concluye su diálogo con el primer embozado, don Gonzalo, en vez de quedarse en escena limpiando y trajinando, como indica la acotación de la obra, hace mutis, se marcha. En ese momento entra en escena el segundo embozado, y pregunta:
DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?
Perplejo, advierte que en la hostería sólo se encuentra un embozado sentado a una mesa. No sabe qué hacer. Es imposible que el actor encargado del papel de Butarelli le responda por la sencilla razón de que no está. Breve y angustioso silencio. Pero surge la genial improvisación del primer embozado:
DON GONZALO: En ella estáis, caballero.
Ni está en casa el hostelero
ni estáis hablando con él.
A veces, en el teatro y en la vida nos toca improvisar frente a la sordera.
11 comentarios:
Uff, es que si empezamos a escuchar a otros atentamente, quizás les comprendamos y veamos que puede haber más similitudes que diferencias. ¡Qué cosas pides, hombre!.
Ese Don Gonzalo escuchaba atento y tuvo gracia para salir al quite.
Besos
No puedo evitar que la fuerza de tu primer párrafo centre mi comentario.
¿Qué decías?
Que buena improvisación, bravo por el actor que así salío al paso de la falta que el otro cometió, y tienes razón en eso de la sordera, es un mal actual.
Un abrazo.
Estoy con Tururú, y sq ese primer párrafo... Qué bien lo has descrito!
Besazos, Chafarderillo!
Es verdad lo de la sordera. Y, como otras veces hemos comentado, en el afán por escucharse gritan como malditos. Grillos locos que gustan de parlotear a la vez. Y lo hacen así, dice uno que sabe mucho, porque necesitan reconocer que están vivos.
Y también, añadiría yo, porque a veces la necesidad de hablar es mayor que la de comunicarse. O también porque el parloteo vacío de alguna manera es ya una forma de comunicación.
Esta es una sordera acondicionada segun los estados de animo, segun su preucupación no atienden ni siguen la conversación...¿para que?
se sientes unicos y solos, para eso que hablen con el espejo...
Y mientras no te interrumpan y no te dejen seguir, cortando toda comunicación vamos bien.
Tengo un personaa a veces cerca de mi con ese problema, empiezo hablar se me corta y ya no sigo...
¿que decias? no se! se me olvido.
Y ya no existo y algun día acondicionare a esa persona...¿no se cuando?...
Un gran abrazo querido amigo.
A veces tambien ,no queremos escuchar ,a lo mejor porque no nos gusta oir lo que nos dicen.
Currinche.
Muy buena la improvisación.
A veces tambien ,no queremos escuchar ,a lo mejor porque no nos gusta oir lo que nos dicen.
Currinche.
Muy buena la improvisación.
Hola querido amigo, paso a saludarte y desearte una semana lo más hermosa y apacible en compañia de los tuyos.
Muchos besos y un gran abrazo.
Habemos personas así, que nos paseamos por "Babia", y ni cuenta nos damos que alguien nos habla...parecemos sordos...improvisemos...
Saludos.
Así es. No hay nada más deprimente que estar hablando con alguien que no escucha.Que interrumpe constantemente. Que siempre tiene problemas más tremendos que los tuyos. Que está, pero no está. O "la soledad en compañía".
No hay nada que me infunda tanta sensación de cobijo y calidez que alguien capaz de parar por un momento su trajín mental para dedicarse a mí.
Qué seducción la de la escucha...qué poderosa...qué eficaz...más que un buen consejo, un abrazo,
un beso...
Qué tesoro escondido en algún lugar remoto!
Qué poder para el que lo posea!...
Me encanta tu blog, bandido.
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