jueves, diciembre 24, 2009

miércoles, diciembre 02, 2009

El tranvía


Hace unos días Silvia escribió uno de sus magníficos artículos titulado "El autobús" en el que relataba un desagradable sucedido que le tocó padecer. Brava como es, supo apartarse de la manada y actuó como debía.
Sin parecerse lo más mínimo, me vino a la memoria un sucedido que viví en mi época de estudiante de Bachillerato cuando utilizaba el tranvía como medio de locomoción para acudir al colegio. El vehículo era idéntico al de la fotografía (si no era el mismo) y el día, de otoño.
Volvíamos del colegio a mediodía para comer, con el tranvía a tres cuartos de ocupación. Aquellos tranvías tenían dos plataformas, una delantera y otra trasera. En la trasera, por donde subían los pasajeros, tenía un escueto habitáculo el cobrador, casi siempre un hombre huraño y malhumorado, que sacaba los billetes de una máquina pulsando unos botones y tenía las monedas para la vuelta ordenadas en una caja. En la plataforma delantera, por donde bajaban los pasajeros, iba el conductor, que solía ser siempre un hombre delgado y capaz de mantener entre los labios un cigarrillo de liar medio apagado, protegido por una barra semicircular y gobernando unos manubrios, cataclac-clac-clac-cataclac, que a los críos nos parecían chulísimos. A lo largo del vehículo había dos filas laterales de asientos y barras en el techo para agarrarse. Como los asientos eran pocos, casi todo el mundo iba de pie, obvio.
Pues bien, el tranvía a medio llenar en hora punta, llega a una parada en la que se produce un aluvión de pasajeros que suben, mientras que pocos bajan. La irrupción de aquella turbamulta empezó a originar toda suerte de apreturas e incomodidades. Y, en aquel momento, un señor de pueblo que hasta entonces había estado sujeto a la barra sin mayor problema fue arrastrado por la avalancha. Y en medio del fragor exclamó a voz en grito en idioma aragonés:
-¡No empentís, ni arrempujís! ¡Si no cabís, ¿pa qué coño sus metís?!*
Se hizo un silencio sepulcral en el tranvía. La manada quedó muda como por ensalmo ante la exclamación de aquel señor. Parecía como si un sentimiento de vergüenza colectiva se hubiese apoderado de todos los ocupantes. Aquel hombre había derrotado a la masa utilizando un arma infalible: La lógica.

*"No atropelléis, ni empujéis. Si no cabéis, para que diantres os metéis". Nota del traductor.