viernes, febrero 28, 2014

El reloj de arena



Jorge Luis Borges. El reloj de arena. El Hacedor. 1960

domingo, febrero 23, 2014

¡Qué país, Miquelarena!

Todo el mundo sabe que la expresión "¡Qué país, Miquelarena!" se hizo muy popular en la España de la posguerra e, incluso, ha pervivido hasta nuestros días. Lo que quizá muchos no sepan son el origen y el autor de dicha frase. 
Jacinto Miquelarena fue un periodista y escritor nacido en Bilbao en 1891 que fundó el primer diario deportivo del que se tiene noticia en España, el Excelsior. También contribuyó a componer el Cara el sol juntó a otros literatos falangistas en el café Lyon, de la madrileña calle de Alcalá. Fue colaborador de  El Pueblo Vasco, el Sol y, desde 1930, del diario ABC. Primer director de Radio Nacional de España en 1937, fue corresponsal de la agencia EFE y de los diarios Clarín, de Argentina, y ABC en París hasta su fallecimiento en la capital de Francia en 1962, donde se arrojó al paso del metro angustiado por la aparición de un cáncer y el acoso del director de ABC, Luis Calvo, que le sumieron en el abatimiento. En el bolsillo de su chaqueta se encontró una carta en la que responsabilizaba directamente a Luis Calvo de su suicidio.
Pero volviendo a la frase en cuestión que da origen a este artículo, se ha atribuido a multitud de personas, pero quien arroja luz sobre el asunto es la doctora Leticia Zaldívar Miquelarena, nieta del escritor y su biógrafa, que narra la anécdota situándola en un andén de la Estación del Norte de Bilbao. Pedro Mourlane Michelena, escritor también bilbaíno, partícipe igualmente en la creación del Cara al sol, despedía a su amigo Jacinto Miquelarena que se iba a uno de sus viajes, cuando se asomó un coronel a la ventanilla del tren y le dijo a uno de sus soldados: "Tú, corre a la cantina y que te den una guindilla picante". Cuando el soldado se encaminaba a la cantina se escuchó la voz del coronel que vociferaba: "¡Y que pique mucho! ¡Que si no te la voy a meter por el culo!". El imperativo diálogo sorprendió a los presentes y Pedro Mourlane se volvió hacia su amigo y le dijo: "¡Qué país, Miquelarena, qué país!".
Charlando un día con su amigo Rafael Sánchez Mazas, Miquelarena le comentó entre risas: "Voy a pasar a la posteridad por la frase de Mourlane en lugar de por mi trabajo". Que cada quien saque sus conclusiones.

jueves, febrero 13, 2014

De alfeñiques y hombres

Puebla de los Ángeles es una ciudad preciosa, no ya de las más lindas de México, sino de todo el mundo. Me enamoraron sus casas del centro histórico de fachadas con diferentes colores que no sólo no desentonan entre sí sino que configuran una melodía armoniosa y viva. Una de ellas, con fachada y aleros barrocos espectaculares, que más llamaron mi atención fue la "Casa del Alfeñique". Cuando me dijeron su nombre, en mi absoluta ignorancia, imaginé que debería su nombre al hecho de que su constructor, o su propietario, fuera un individuo pequeñito y enclenque, ya que esa era la acepción que yo atribuía a la palabra "alfeñique". Bárbara me miró con extrañeza cuando lo dije en voz alta. Y me aclaró que en México un alfeñique es un dulce de azúcar en forma de barra delgada y retorcida. Y que incluso en Toluca hay una feria del alfeñique muy conocida, y muy dulce, obvio. La fachada barroca de la casa semeja las formas de ese dulce. También me explicó que la casa la mandó construir don Juan Ignacio Morales en 1790 como regalo de amor para su esposa.
Los hispanohablantes no somos conscientes muchas veces de la inmensa riqueza que manejamos en nuestro vocabulario, ni de cómo habitan en un mismo vocablo significados tan distintos. No es de extrañar que México sea el vivero que mantiene tan vivo el idioma español, pues sigue utilizando palabras y expresiones perdidas ya irremediablemente en España y añadiendo al idioma vocablos del náhuatl,  zapoteco, mixteco, maya, etc. Y todo eso pese a la influencia anglosajona de sus vecinos del norte.
Volviendo a los alfeñiques, di en pensar que no dejaba de ser curiosa y divertida la polisemia de tal vocablo. Porque, ¿no resulta muy difícil de imaginar a un alfeñique (hombre escuchimizado) dulce? Según la tradición los enclenques son débiles, raquíticos y tienen muy mala uva -seguramente por ser pequeñitos y flojos-, por contra de los corpulentos que son robustos, buenazos y simpaticones. Claro que la mencionada tradición puede estar errada y no tener que ser así. ¿Hay chaparritos bonachones y grandotes pícaros? Quizá alguien me ilustre sobre el asunto.
Caminando por la avenida 4 Oriente, donde se encuentra la Casa del Alfeñique (hoy Museo del Estado de Puebla), pensaba en hombres que construyen casas que simbolizan dulces para obsequiar a sus amadas esposas. Hombres que han pagado su victoria con muchas derrotas, su riqueza con muchas pérdidas. Que han alcanzado su grandeza reconociendo su propia pequeñez. Siendo solamente hombres. Que sean alfeñiques -en cualquiera de sus acepciones- seguramente sea lo de menos.