jueves, marzo 26, 2009

Coronación


Todo el mundo sabe que en la Edad Media los pontífices de la Iglesia católica coronaban a los reyes de una forma peculiar: Imponían la corona en la testa de los soberanos con los pies, en lugar de con las manos, resaltando así una preeminencia del poder espiritual de la Iglesia sobre el terrenal poder de los monarcas.
Lo que algunos ignoran es que Pedro II de Aragón se hizo coronar por el Papa Inocencio III el 11 de noviembre de 1204; y lo hizo con una corona de pan blando, con lo que el Pontífice hubo de utilizar las manos en lugar de los pies.

sábado, marzo 21, 2009

Cuestión de centímetros


Es mediodía del sábado ante la puerta de la iglesia del Carmen. Hay una boda y los invitados se agolpan alrededor de la pareja de novios recién casados. La novia es guapa, porque todas las novias siempre están guapas, y el novio tiene cara de pájaro embobado aunque resulta aceptablemente apuesto.
Un poquito más lejos del grupo de invitados, sentados en las escaleras de la iglesia, se desparraman al sol unos cuantos menesterosos que esperan la hora de acceder al comedor que los carmelitas tienen en los bajos de la parroquia, donde sirven casi trescientas comidas calientes diarias a transeúntes, pobres y necesitados.
Los invitados a la boda visten ad hoc, de boda. Trajes oscuros ellos y vestidos largos y vaporosos ellas. A bastantes se les nota incómodos por la falta de costumbre de vestir traje y corbata. Evitan mirar a los indigentes y casi conforman un círculo defensivo como solían hacer los vaqueros en las películas del oeste cuando les iban a atacar los comanches.
Los menesterosos parecen sentirse a gusto en la ropa usada que les han dado en la misma parroquia o en algún ropero. Miran a los invitados de forma distraída, como si contemplasen un espectáculo callejero que pasa diariamente. Casi todos tienen la derrota pintada en la cara, sin importar las diferencias de edad y de origen geográfico que hay entre ellos.
Invitados e indigentes pertenecen a dos mundos lejanos, pero en ese momento están muy cerca. Apenas unos centímetros separan el oropel de la miseria.

domingo, marzo 15, 2009

Tiempo de cuplé

En nuestra habitual tertulia, mientras removía con parsimonia el azúcar de mi café, canturreaba por lo bajinis un viejo cuplé. Al levantar la vista comprobé que mis amigos me observaban entre condescendientes y divertidos; condescendientes ante mi escasa capacidad musical y divertidos por la tonadilla: "La Lola dicen que no duerme sola, pues han visto a un mozalbete y no saben dónde se mete, mete, mete...". Un clásico de los cuplés, vaya.
Coincidimos todos en lo jocoso de aquellas letras y en la habilidad de sus autores para dotar a las frases de un doble sentido insinuante y sugestivo. Convinimos en que —por regla general— nos seducía mucho más lo sugerente que lo explícito.
Cuando La Chelito cantaba Un paseo en auto, el público llegaba a corear aquella estrofa:
Tanto sufría yo
al mirar que el ahogo
no lograba que aquello marchara,
que por fin me arriesgué
y al muchacho ayudé
para que su motor funcionara.
Y la sicalipsis podía alcanzar cotas inimaginables ante el voluptuoso contoneo de sus caderas mientras, con sonrisa angelical, utilizaba un tono entre la inquietud y el desmayo inminente cantando: "Tengo una pulga dentro de la camisa, que salta y corre y loca se desliza".
El pícaro doble sentido que las letras de los cuplés provocaban entre las gentes hacía que imaginasen vaya usted a saber qué ilusiones o delirios:
"Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito,
pero no hay quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito".
Ya no se oyen cuplés, ni tonadillas galantes provocadoramente sugestivas. En general se tiende a lo sumamente explícito en todos los órdenes, privándonos del derecho a la imaginación y la fantasía. Quedan arrumbados los ensueños y las quimeras ante la expresa y desustanciada realidad.
"Ven, y ven, y ven,
chiquillo vente conmigo,
no quiero
para pegarte, mi vida,
ya sabes pa' lo que digo
".
Y es que... No hay nada más erótico y sugestivo que, entre una pareja que se desea, cualquiera de ellos diga: Ven...

lunes, marzo 02, 2009

Siempre hay esperanza

Un comediógrafo fracasado se quejaba con amargura al novelista francés Anatole France de lo despiadadamente que la crítica lo había tratado. El novelista se afanaba en consolarle, pero no lo conseguía:
-¡Estos críticos son todos unos imbéciles! -despotricaba el autor teatral-. Desengáñese, maestro, ¡la tontería no tiene cura!
A lo que France respondió con tono amable:
-No desespere usted, no desespere.