En nuestra habitual tertulia, mientras removía con parsimonia el azúcar de mi café, canturreaba por lo bajinis un viejo cuplé. Al levantar la vista comprobé que mis amigos me observaban entre condescendientes y divertidos; condescendientes ante mi escasa capacidad musical y divertidos por la tonadilla: "La Lola dicen que no duerme sola, pues han visto a un mozalbete y no saben dónde se mete, mete, mete...". Un clásico de los cuplés, vaya.
Coincidimos todos en lo jocoso de aquellas letras y en la habilidad de sus autores para dotar a las frases de un doble sentido insinuante y sugestivo. Convinimos en que —por regla general— nos seducía mucho más lo sugerente que lo explícito.
Cuando La Chelito cantaba Un paseo en auto, el público llegaba a corear aquella estrofa:
Tanto sufría yo
al mirar que el ahogo
no lograba que aquello marchara,
que por fin me arriesgué
y al muchacho ayudé
para que su motor funcionara.
Y la sicalipsis podía alcanzar cotas inimaginables ante el voluptuoso contoneo de sus caderas mientras, con sonrisa angelical, utilizaba un tono entre la inquietud y el desmayo inminente cantando: "Tengo una pulga dentro de la camisa, que salta y corre y loca se desliza".
El pícaro doble sentido que las letras de los cuplés provocaban entre las gentes hacía que imaginasen vaya usted a saber qué ilusiones o delirios:
"Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito,
pero no hay quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito".
Ya no se oyen cuplés, ni tonadillas galantes provocadoramente sugestivas. En general se tiende a lo sumamente explícito en todos los órdenes, privándonos del derecho a la imaginación y la fantasía. Quedan arrumbados los ensueños y las quimeras ante la expresa y desustanciada realidad.
"Ven, y ven, y ven,
chiquillo vente conmigo,
no quiero
para pegarte, mi vida,
ya sabes pa' lo que digo".
Y es que... No hay nada más erótico y sugestivo que, entre una pareja que se desea, cualquiera de ellos diga: Ven...