miércoles, enero 31, 2007

Equus contra Potter

Asisto con sorpresa a la polémica desatada por la presentación en sociedad del próximo estreno en una sala del West End londinense de la obra teatral de Peter Shaffer, Equus, con Daniel Radcliffe (el intérprete habitual de Harry Potter en el cine) como coprotagonista en el papel de Alan Strang.

Esta obra se estrenó en 1973 en el National Theatre de Londres y causó un gran escándalo. Entonces fue dirigida por John Dexter y protagonizada por Alec McCowen y Peter Firth.
Al año siguiente se estrenó en Broadway, en el teatro Plymouth con las actuaciones de Anthony Hopkins y Tom Hulce. Se ha venido representando durante estos últimos 30 años en escenarios de todo el mundo.
El "escándalo" en su momento venía propiciado por la aparición del joven protagonista desnudo en escena. Un mozo de cuadra que amaba patológicamente los caballos ha cegado a seis de ellos sin razón aparente, por lo cual es juzgado. Su relación con el psiquiatra Martin Dysart hace que entre ambos personajes afloren escondidos fantasmas tensando, entre la sexualidad y la locura, el hilo conductor de la trama.
La obra es compleja y el papel de Strang, difícil. Un desafío importante para un actor casi adolescente.


Hasta aquí todo parece normal. Pero... En la promoción de la obra han aparecido las fotos de Radcliffe ligero de ropa. Y se ha desencadenado la tormenta.


"Nosotros como padres sentimos que Daniel Radcliffe no debería aparecer desnudo. Nuestros hijos lo ven a él como un ejemplo. Estamos decepcionados por esas fotos y de ahora en más evitaremos llevar a nuestros hijos a ver sus futuras películas", destacó un comunicado de padres de "fans" de Harry Potter.


Los papis de los fans de Harry Potter (¿también hay clubes de padres de fans? Por asociacionismo que no quede, caramba) no quieren dejar crecer al chaval, ni dejarle demostrar que puede ser un gran actor. Adjunto la foto más "provocativa" de la promoción de Equus.
¿Será para tanto?

lunes, enero 22, 2007

La mirada de Venus


Le enseñó a buscar a Venus en un cielo tachonado de estrellas. Miraba constantemente hacia lo alto, rastreando el horizonte como si allá, a lo lejos, se encontrara el camino de la felicidad. Miraron en la misma dirección.


Le hizo creer que juntos alcanzarían el mar de la Vía Láctea, que el crepúsculo les convertiría en dioses de las sombras, que el despertar entre la hierba sería un brotar sin final, manando en su propia existencia

Le enseñó a buscar a Venus entre las estrellas, pero no tenía ojos, no sabía dónde miraba. Le engañó. No sabía de lo que hablaba, mentía sin piedad para que alguien le llevara de la mano. En un cruel acto de vampirismo sangraba la azul esencia de las estrellas que ignoraba y de las que hablaba como si fuesen de su propia materia.

Las cadenas del lazarillo de los sueños, apaleado por los hechizos ausentes de luna, chirriaban cada vez con más fuerza, oxidaban las muñecas y llenaban de serrín el corazón, mientras huía buscando, de verdad, las estrellas.

Pedro Navaja

domingo, enero 14, 2007

De aplausos

Un mal cómico que representaba una obra muy dramática, oía cómo el público silbaba una perorata suya cada función. Un buen día el pobre infeliz no aguantó más y, cuando empezaron los silbidos, se adelantó a la batería y dijo:
-Respetable público, si no dejan de silbar y no aplauden, lo repito.
Recibió una gran ovación.

¿Qué es más apetecible, buscar el aplauso o la convicción?

miércoles, enero 03, 2007

La "cla"



Cuando mozo, solía acudir junto a las puertas del Teatro Principal -creo que estaba allí el Banco Ibérico- con el fin de conseguir una entrada de "cla" para asistir a la representación de la obra de turno. Allí, un andoba con puro (o sólo era "farias", que no distinguía yo entonces) nos vendía la entrada de gallinero a mitad de precio con la única obligación de aplaudir a la indicación de un propio que ocupaba una localidad estratégica. A los estudiantes amantes del teatro nos venían de maravilla aquellos descuentos para nuestros arguellados estipendios. La realidad era que pocas veces hacían falta las indicaciones, pues a mi pueblo venía el teatro justo y, o era muy bueno, o era rematadamente malo. Si era bueno aplaudías de buen grado y, si era malo, ni el jefe de "cla" se molestaba en aplaudir.
Esto de la "cla" era una costumbre teatral importada de los grandes coliseos europeos vinculados al género operístico. La vanidad y la rivalidad de los artistas de ópera había establecido la costumbre de distribuir unas localidades entre sus incondicionales con el fin de "romper el hielo" durante sus actuaciones, aplaudiendo ruidosamente en los pasajes que los propios artistas señalaban. Del libre albedrío de los artistas, pasó la costumbre a las empresas, ávidas de realzar a sus divos o para luchar contra la competencia de otros famosos artistas.
Es de justicia señalar que en las funciones de ópera, la mayoría del público de abono, las enjoyadas damas y los donosos caballeros muy puestos de frac, eran muy poco propicios a significarse con muestras de aprobación tales como los aplausos, que reputaban de verdadero "mal tono". Ellos pagaban y, con ello, no tenían por qué adscribirse a ningún género de manifestaciones de entusiasmo. A no ser que el sentimiento fuera tan intenso como para alcanzar ese punto de enardecimiento que hace olvidar la compostura. Sí resultaba -por el contrario- de buen gusto juntar las enguantadas manos aplaudiendo sin hacer ruido en tal, o cual, momento y, siempre, en aquellos en que el "claquer" se rompía las suyas a fuerza de batirlas. Tal ruido era interpretado por la gente de alcurnia como una especie de servidumbre, homenaje propio de vasallos. De ahí que se titulase "alabarderos" (guardias de Corps) a los que integraban la "cla" de los teatros.
Gracias a ejercer de "alabardero" cuando jovenzano, pude disfrutar (y aprender) del oficio de Lemos, Merlo, Bódalo, Rodero, las Gutiérrez Caba, o la Riaza entre otros muchos por un módico precio.
Ya no existe la "cla", (en el teatro me refiero, que los modernos alabarderos cobran nómina y comisiones) y no hay mozuelos junto a las puertas de los teatros media hora antes de la función para conseguir una entrada a mitad de precio con derecho a aplauso.

martes, enero 02, 2007

Sueño de palabras


Un sueño absorto, bajo algunas tensiones, describía parte de lo que anidaba en su cerebro. Se veía más lejos y más joven, con una indumentaria en desaliño, reclinado delante de una mesa, rodeado de papeles, trabajando en la conclusión de algunos textos.

De pronto se sentía invadido por un terror extraño. ¿Se encontraba en el lugar debido?

¿No sería en algún purgatorio donde, en pago de todos los errores cometidos, estaba condenado a la pasión de escribir sin cesar hasta extinguirse?

¿Y para qué escribía? ¿Para quién? Se sintió alarmado. ¿Para sí? ¿Para llenar su tiempo con palabras? ¿Acaso para poder seguir tras sus pensamientos? ¿Tal vez se hallaba delante de su sombra, junto a un pequeño encuadre luminoso que fijaba la historia individual en la del universo y sus distancias?

Lo más trascendental era que el cosmos también tenía historia imaginable y en la imaginación se convertían todos los mundos en un solo mundo, porque las criaturas y los astros eran en sí enérgica unidad, revelación constante del secreto de lo distinto y lo uno entrelazados.

Por medio de la luz y la certeza de sentirse viviendo, se le abrían los puentes de las luces y las sombras como tangible norma existencial. Ante la claridad de la belleza aparecen borrados los misterios -escribió. Pero todo seguía siendo un sueño, interesante, pero sueño.

lunes, enero 01, 2007

Amanece



Dicen que todos los amaneceres inician cada día un camino sin retorno.