Era tradición, hasta no hace mucho tiempo, representar La Pasión durante la Semana Santa. Ahora lo hacen, casi excepcionalmente, en algunos pueblos sus propios habitantes, y alumnos de los colegios religiosos. Pero hasta la década de los 60 era casi inexcusable. Y surgen muchas anécdotas a este respecto.
Todavía comentan algunos contemporáneos cuando, en 1959, los alumnos de los Maristas ofrecían la representación de Pasión y muerte de Jesús en el Teatro Principal. Había que sacar una borrica a escena sobre cuyos lomos Jesús bendecía a las gentes. No había burra y llevaron un burro, ¿quién iba a darse cuenta? Pero algún desaprensivo que se atizaba algún lingotazo de coñá para animarse a actuar, tuvo a bien compartir la bebida con el borrico, que entrampó una cogorza importante. Y el animalico se excitó. Al salir a escena, ¡menudo zurriago calzaba el pollino! Los espectadores despistados pensaron que era la primera vez que veían un pollino con cinco patas. Además, comenzó a ramalear y dió con el pobre Jesús por tierra en medio de las bendiciones, las palmas y los ramos de olivo.
Las compañías de teatro que hacían la temporada de cuaresma, tenían como obligación ineludible ofrecer unas representaciones de la Pasión. Así le sucedió en Gerona a la compañía de José Monteagudo, que no la tenía en su repertorio. Pero había que comer y se dispuso a montarla y ensayarla deprisa y corriendo. El papel de Poncio Pilatos le correspondió al segundo actor, Armengod, más famoso por sus equivocaciones que por el dominio del oficio. Éste le prometió al director estudiar el papel aunque se lo sabía "a clavo pasado", le dijo. En los escasos ensayos Armengod no apareció por el teatro, pues un actor que se sabe el papel a clavo pasado no necesita ensayar. Llega la noche de la representación.
Jesús está en el palacio del procónsul. Un legionario se adelanta y dice, al tiempo que señala al Nazareno:
-Los fariseos y los escribas demandan la muerte de Jesús de Nazaret. Roma lo sentencia, el César lo confirma. Aquí está la orden.
Y muestra un pergamino. Armengod debía contestar: "Trae el pergamino". Pero se queda en silencio para mejor escuchar al apuntador y, al comprobar que no consigue oírle y que la pausa es ya demasiado larga, extiende la mano hacia el legionario y exclama en tono solemne:
-¡A ver! ¡Trae el telegrama!
Doroteo Martí, uno de los grandes divos del teatro español del siglo XX tenía costumbre de dirigirse al público. Representaba la Pasión. Al final de la obra, clavado en la cruz, dejaba caer la cabeza sobre su pecho como muestra de haber exhalado su último suspiro. Ruedan las lágrimas por las mejillas de muchas espectadoras. Desciende y sube el telón repetidas veces para corresponder a los aplausos de un público entregado y conmovido (cada una de las subidas y bajadas se denominan "glorias" en la jerga teatral). En una de estas subidas el telón no desciende inmediatamente, queda alzado. El crucificado yergue la cabeza y en el tono más natural y simpático del mundo, se dirige a los espectadores, todavía conmovidos, y les anuncia:
-Mañana, en sesiones de tarde y noche: Genoveva de Brabante.
Y vuelve a quedar postrado, clavada la barbilla en el pecho, desmadejado el cuerpo, mientras continúan las "glorias" y los aplausos.