Se estrena un drama en el Teatro Español de Madrid. Ha terminado el segundo acto entre frenéticos aplausos y el público, en pasillos y vestíbulo, comenta el éxito de la obra. Alguien dice:
-A Valle-Inclán, que no es fácil de convencer, le encanta la obra. Pocas veces he oído de sus labios elogios tan sinceros y calurosos.
-Pues yo -replica otro individuo del grupo- tengo mi butaca al pie de su palco y no le he visto aplaudir ni una sola vez.
En esto, el propio don Ramón, que se acercaba y había escuchado el breve diálogo, preguntó al que había hablado últimamente:
-¿Quería usted que me pusiera a darme palmadas en la frente con la mano que me queda?
(Para Mer, que tiene una mano averiada y no aplaude, pero nos regala su sonrisa luminosa)