martes, octubre 23, 2007

Piel de noche

Me estremeces.
Me meces.
Me entremeces.
Dentro.

Felicidades, amor.

jueves, octubre 18, 2007

Desayuno en Tiffany




Sentí su presencia cerca de mi. Giré levemente la cabeza y cruzamos nuestras miradas. Al momento se alejó mientras yo investigaba en el escaparate el objeto que ella había estado mirando. Imposible saberlo. Sólo fui capaz de verme reflejado en el cristal, como Audrey Hepburn.

Moon River, wider than a mile
I'm crossing you in style, someday
Old dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way
.

Seguí torpemente los pasos que ella había caminado hacia la puerta de entrada. Recorrí con la vista el amplio vestíbulo de la tienda hasta que mis ojos se detuvieron en una mirada convertida, a un mismo tiempo, en huidiza y cómplice, hasta el punto que igualmente podría significar que me invitaba a seguirla, o que me conminaba a salir de allí inmediatamente. Una leve sonrisa dibujada en sus labios me animó a seguirla, aunque de un modo furtivo, casi clandestino, y con el pulso acelerado por la emoción de volver a sentirla cercana.
Los turistas saben que en Tiffany, a medida que suben las diferentes plantas del edificio, aumenta el precio de los objetos que hay en ellas. Y la primera planta acostumbra a ser un hervidero, pues hay objetos que cuestan a partir de cinco ó diez dólares. Nadie resiste la tentación de llevarse cualquier cosita de recuerdo con el nombre grabado de Tiffany & Co. Aunque no hay turistas que sean agasajados en la última planta con caviar beluga y champán francés. Eso es exclusivo de los clientes.

La seguía a una distancia prudente aunque ella comprobaba de reojo, cuando no se interrumpía absorta en la contemplación de alguna pieza, que yo me mantenía cerca y sin perderla de vista. En algún momento, aprovechando si ella se detenía, procuraba aproximarme hasta que me rozase la estela de su perfume, o pudiese escuchar cómo sus finos tacones se deslizaban por las alfombras.
Se detuvo en uno de los mostradores interesándose por una pieza. La vendedora abrió una vitrina y le mostró un bonito collar de perlas y diamantes. Ambas lo miraban una y otra vez y, más que tocarlo, lo acariciaban. La vendedora lo ciñó con suavidad a su cuello, aquel cuello tan fino y hermoso que no rivalizaba con ninguna joya porque las derrotaba a todas en belleza.
Fue entonces cuando se volvió para mirarme con indescriptible dulzura. Se quitó el collar tras contemplarse durante un rato en el espejo y lo devolvió a la vendedora. Se despidieron amigablemente y continuó paseando entre los mostradores y las vitrinas mirando las piezas.
Me acerqué al mostrador y le alargué mi tarjeta de crédito a la vendedora antes de que devolviese el collar al lugar que ocupaba en la vitrina. Me miró con complicidad y algo de satisfacción y se dispuso a realizar la transacción.

Con el collar guardado en un estuche y con un precioso envoltorio la busqué por todos lados con la mirada, pero había desaparecido. Recorrí las plantas de la joyería sin encontrarla, aunque intuyendo que estaría como Audrey Hepburn, con una taza de café humeante frente a la fachada.

Two drifters, off to see the world
There's such a lot of world to see
We're after the same rainbows end
Waitin' round the bend
My Huckleberry friend
Moon River, and me
.

Salí a la calle y allí estaba, con su deliciosa sonrisa sentada en el bordillo de la acera. Se había descalzado sus zapatos de tacón finísimo y los deditos de sus pies se agitaban juguetones bajo las medias negras. Sostenía en una mano un vaso de café humeante. Y sin dejar de mirarme sonriendo, movía los dedos de su otra mano urgiéndome a darle el envoltorio. Cuando lo deposité en su palma sonrió más aún y lo fue abriendo ceremoniosamente. Al ver el collar sus ojos y su boca dibujaron un gracioso gesto de sorpresa y admiración. Y me susurró sin que nadie pudiera escucharnos:
- ¿Sabes que éste es el collar número veinticinco que me regalas?
- Sí.
- Todos iguales.
- Siempre te detienes frente al mismo.
- Es que me gusta.
- Lo sé.
- ¡¡Corten!! - gritó el ayudante de dirección- ¡Una toma más y pausa para comer!

lunes, octubre 15, 2007

Paisaje

Los pinos clavan sus agujas en el cielo, contra los ojos, abiertos y en blanco, de las nubes. El pétalo perdido de una flor aún conserva su aroma. Tienes frío. Será, quizá, porque dejaste el abrigo de tu piel en el camino. Acércate a los secretos aposentos de la pasión, donde sopla el viento cálido sin cesar.

domingo, octubre 14, 2007

La malicia del público

Año 1916. Estreno de Las pecadoras, en Zaragoza, con asistencia de sus autores, Torres del Álamo y Asenjo. La prensa de la derecha ha lanzado una campaña en contra de la comedia, hasta el punto que el señor gobernador civil llama a los autores a su despacho. Le demuestran que no hay nada inmoral en la obra, y prueba de ello es que en Madrid lleva buen número de de representaciones sin que a nadie se le hubiera ocurrido prohibirla.
El gobernador, muy fino y suave, suplicó a la empresa que pusiera una nota advirtiendo al público de que la comedia era un poco atrevida. Así se hizo y, la nota gubernativa por un lado y la campaña de prensa por otro, contribuyeron a que se agotaran las localidades cuarenta y ocho horas antes de su estreno.
Están los autores en la contaduría del teatro la noche anterior al estreno comentando todo esto con la empresa, cuando se presenta un caballero de aspecto grave y severo, que pide una butaca, a ser posible, de orquesta.
Le venden la localidad solicitada y aquel señor, sin abandonar un momento su gravedad, pregunta:
-Dígame, ¿en qué acto se quedan en cueros las artistas?

domingo, octubre 07, 2007

Sábanas de satén


Una noche de amor, quizá un día entero,
cabalgando las llanuras esteparias
de tu cuerpo,
escalando con riesgo la venusiana loma
donde descansar de tanto anhelo,
arrastrándome sediento por
entre dunas desérticas
ansiando libar tus encendidas cúpulas.
Tu, mar agitado de cimbreantes olas,
sumergiéndome en tu éxtasis
prolongado y dulce,
estremeciéndome en la tormenta,
ojo del huracán de tus deseos,
estallándome en tu aire como
una palmera de fuegos de artificio.
Bajo nosotros el contacto
cálido del lecho
embozado de brillantes destellos,
sábanas de satén como un caleidoscopio
de ráfagas luminosas.
En la esquina izquierda superior
la críptica etiqueta que indica
los cuidados precisos al lavarlas:
Jabón, temperatura, prelavado,
fórmula cualitativa,
acrílico, algodón y diecisiete elementos diferentes.
Y el nombre bordado que
no es mío, ni tuyo,
sino de alguien que dice llamarse Christian Dior.
Como pétalos esparcidos
en plateado estanque,
cuerpos confundidos entre
pliegues violáceos
derrotando al satén en cada embate.
Ah, ¿pero puede arrugarse el raso?
Contradicción eterna
incluso en el tejido.
Imágenes difusas que recortan alientos
extraños en el tiempo,
penetrando las ondas
del satinado espacio
que termina envolviendo
tu cuerpo y el mío,
frío y calor unidos en raso alborotado.

martes, octubre 02, 2007

Aún

Quedó dormida la tristeza guardada. El corazón, difuso, es el único que tengo, pero recuerda la alegría que tu fugaz presencia perpetró en lo más hondo. Miro una flor que late y un pájaro que llora. Sigo estando vivo.