Los españoles somos dicotómicos; y maniqueos. Ignoro si se debe a un atavismo genético o a una cualidad adquirida con el paso del tiempo. Tendemos a establecer dos bandos de lo que sea, política, deporte, literatura, tauromaquia... Dos bandos beligerantes entre sí que se niegan mutuamente el pan y la sal, se descalifican de manera fratricida y solemnizan con vehemencia y arrebato los deméritos ajenos antes que las propias virtudes.
En España se es del Barcelona o del Madrid, de Cánovas o de Sagasta, de Lagartijo o de Frascuelo, de Quevedo o de Góngora. Y una inmensa minoría que tiene el atrevimiento de ser del Numancia, del Paloma (de Santoña) o de la Balompédica Linense, puede considerarse desclasada y marginal. Apliquemos el símil futbolero a cualquier otro ámbito y el resultado será parecido.
Con qué pasmosa frivolidad el español de un bando denigra algo que hace el bando enemigo (que no adversario) y aplaude que ese mismo algo se haga en el propio.
Sabrán ustedes que allá por la segunda década del pasado siglo XX, existió una famosa rivalidad entre José Gómez "Joselito" y Juan Belmonte, dos toreros de tronío. Y tal pugnacidad no la tenían sólo los matadores, sino sus incondicionales seguidores. Pura dicotomía, nuevamente. Pues bien, un día que habiendo toreado el Gallo Chico (Joselito) en una plaza de un lugar de España y cuajado una faena antológica, el entusiasmo de sus seguidores llevó a éstos a pasearlo en hombros hasta la iglesia parroquial con objeto de solicitar del cura las andas que se utilizaban para la procesión de la Virgen, a fin de subir en ellas al torero y pasearlo por la localidad exhibiendo mayor gloria y exaltación de sus habilidades taurómacas. El cura párroco se espantó ante tal demanda y llegó a reprochar a aquellos fanáticos taurinos aquella osadía.
-Pero... pero... ¿Os habéis vuelto locos? ¿Utilizar la peana de la Santísima Virgen, nuestra Patrona, para pasear a Joselito?
Los apasionados aficionados admitieron de inmediato que tal petición -casi rayana en el sacrilegio católico- era una barbaridad y se dieron media vuelta avergonzados de su exacerbado entusiasmo. Apenas alcanzaron a escuchar lo que murmuró el cura por lo bajo:
-Si al menos hubiera sido para Belmonte...
En España se es del Barcelona o del Madrid, de Cánovas o de Sagasta, de Lagartijo o de Frascuelo, de Quevedo o de Góngora. Y una inmensa minoría que tiene el atrevimiento de ser del Numancia, del Paloma (de Santoña) o de la Balompédica Linense, puede considerarse desclasada y marginal. Apliquemos el símil futbolero a cualquier otro ámbito y el resultado será parecido.
Con qué pasmosa frivolidad el español de un bando denigra algo que hace el bando enemigo (que no adversario) y aplaude que ese mismo algo se haga en el propio.
Sabrán ustedes que allá por la segunda década del pasado siglo XX, existió una famosa rivalidad entre José Gómez "Joselito" y Juan Belmonte, dos toreros de tronío. Y tal pugnacidad no la tenían sólo los matadores, sino sus incondicionales seguidores. Pura dicotomía, nuevamente. Pues bien, un día que habiendo toreado el Gallo Chico (Joselito) en una plaza de un lugar de España y cuajado una faena antológica, el entusiasmo de sus seguidores llevó a éstos a pasearlo en hombros hasta la iglesia parroquial con objeto de solicitar del cura las andas que se utilizaban para la procesión de la Virgen, a fin de subir en ellas al torero y pasearlo por la localidad exhibiendo mayor gloria y exaltación de sus habilidades taurómacas. El cura párroco se espantó ante tal demanda y llegó a reprochar a aquellos fanáticos taurinos aquella osadía.
-Pero... pero... ¿Os habéis vuelto locos? ¿Utilizar la peana de la Santísima Virgen, nuestra Patrona, para pasear a Joselito?
Los apasionados aficionados admitieron de inmediato que tal petición -casi rayana en el sacrilegio católico- era una barbaridad y se dieron media vuelta avergonzados de su exacerbado entusiasmo. Apenas alcanzaron a escuchar lo que murmuró el cura por lo bajo:
-Si al menos hubiera sido para Belmonte...