martes, enero 26, 2010

Dicotomía

Los españoles somos dicotómicos; y maniqueos. Ignoro si se debe a un atavismo genético o a una cualidad adquirida con el paso del tiempo. Tendemos a establecer dos bandos de lo que sea, política, deporte, literatura, tauromaquia... Dos bandos beligerantes entre sí que se niegan mutuamente el pan y la sal, se descalifican de manera fratricida y solemnizan con vehemencia y arrebato los deméritos ajenos antes que las propias virtudes.
En España se es del Barcelona o del Madrid, de Cánovas o de Sagasta, de Lagartijo o de Frascuelo, de Quevedo o de Góngora. Y una inmensa minoría que tiene el atrevimiento de ser del Numancia, del Paloma (de Santoña) o de la Balompédica Linense, puede considerarse desclasada y marginal. Apliquemos el símil futbolero a cualquier otro ámbito y el resultado será parecido.
Con qué pasmosa frivolidad el español de un bando denigra algo que hace el bando enemigo (que no adversario) y aplaude que ese mismo algo se haga en el propio.
Sabrán ustedes que allá por la segunda década del pasado siglo XX, existió una famosa rivalidad entre José Gómez "Joselito" y Juan Belmonte, dos toreros de tronío. Y tal pugnacidad no la tenían sólo los matadores, sino sus incondicionales seguidores. Pura dicotomía, nuevamente. Pues bien, un día que habiendo toreado el Gallo Chico (Joselito) en una plaza de un lugar de España y cuajado una faena antológica, el entusiasmo de sus seguidores llevó a éstos a pasearlo en hombros hasta la iglesia parroquial con objeto de solicitar del cura las andas que se utilizaban para la procesión de la Virgen, a fin de subir en ellas al torero y pasearlo por la localidad exhibiendo mayor gloria y exaltación de sus habilidades taurómacas. El cura párroco se espantó ante tal demanda y llegó a reprochar a aquellos fanáticos taurinos aquella osadía.
-Pero... pero... ¿Os habéis vuelto locos? ¿Utilizar la peana de la Santísima Virgen, nuestra Patrona, para pasear a Joselito?
Los apasionados aficionados admitieron de inmediato que tal petición -casi rayana en el sacrilegio católico- era una barbaridad y se dieron media vuelta avergonzados de su exacerbado entusiasmo. Apenas alcanzaron a escuchar lo que murmuró el cura por lo bajo:
-Si al menos hubiera sido para Belmonte...

lunes, enero 04, 2010

Propósitos de Año Nuevo

Una amiga mía considera que el año comienza con la retransmisión televisiva del Concierto de Año Nuevo desde Viena. Y se calza ante el televisor palmoteando alegremente la marcha Radetzky junto a los vieneses de la Musikverein. Imagino que es un acto de rebeldía para decidir que el año empieza cuando a ella le da la gana y no cuando lo marca el reloj de la Puerta del Sol. El tiempo es relativo, faltaría más. Y cada día primero de enero recibo un mensaje suyo en el teléfono móvil a las 13:30 horas, más o menos: "Ahora, sí. ¡Feliz Año Nuevo!".
En ese momento recuerdo al padre M. que era mi profesor de Filosofía en Sexto de Bachiller (y un hombre bueno) preguntándonos en clase qué era el tiempo. Y los listos de la clase -obviamente no me encontraba entre ellos- respondiendo: "El tiempo es la magnitud física que permite medir la duración o separación de las cosas sujetas a cambio". El padre M. negaba con la cabeza y hacía un gesto para que contestara el siguiente: "El tiempo es el orden de las cosas que no son simultáneas". Y el jesuita volvía a negar y señalar al siguiente: "El tiempo es una realidad absoluta, homogénea, inmutable, autodeterminada e infinita que fluye y se mueve de forma unidimensional en una sola dirección". El padre M. negó una vez más con la cabeza ante la exasperación de los listos de la clase que habían respondido correctamente lo que ponía en el libro de texto.
-El tiempo es una línea recta -dijo, al fin.
Y, cada 1 de enero, cuando mi amiga me felicita el año nuevo a las dos del mediodía yo recuerdo esa línea recta que tan atinadamente nos señaló el bueno del padre M. en la que se van sucediendo los episodios de la vida. También los que no. Porque mi amiga aprovecha el concierto televisado para hacer sus propósitos de Año Nuevo, que suelen ser dejar de fumar, aprender inglés, ir al gimnasio, perder unos kilos de peso... Y sistemáticamente, desde hace años, los incumple sin el menor atisbo de remordimiento. Sigue fumando, el inglés es un idioma muy raro, los gimnasios están llenos de gente con demasiados buenos propósitos, y, ¿cómo va a perder ni un gramo mientras sigan existiendo los bombones y el chocolate?
Hay muchas personas que hacen propósitos de Año Nuevo. Pero yo no los he hecho en mi vida. Y me siento doblemente marginal, uno, por no hacerlos. Y, dos, por no poder incumplirlos.
¿Qué se siente al hacer un propósito? ¿Qué se siente al incumplirlo? ¿Alguien podría ilustrarme?
Ah, por cierto, ¡¡Feliz Año Nuevo!! (aunque estemos a 4 de enero).