sábado, septiembre 27, 2008

Más sordera

Pero, hablando de sorderas, dice el saber popular que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y en teatro no querer oír puede resultar muy malo, pero no querer hablar puede ser ya pavoroso. Porque, siguiendo con la primera escena del Tenorio, algo muy grave debió sucederle al actor que interpretaba el papel de Butarelli (posiblemente una diferencia económica con el empresario) que le indignó. Y urdió con paciencia su fría venganza.
Se levantó el telón y empezó la acción...
DON DIEGO.- ¿La hostería del Laurel?
BUTARELLI.- ¡En la acera de enfrente!

El "hostelero" cerró bruscamente la puerta y dio con ella en las narices a todo quisque, pues hubo de suspenderse la función en medio de un barullo escandaloso y colosal.
Sorderas, enmudecimientos y mala uva...

viernes, septiembre 05, 2008

Sordera

Muchas veces creo que estoy en un país de sordos. Demasiadas personas hablan sin escuchar lo que les dicen los demás, aferradas a sus palabras, inmersas en un inacabable soliloquio. No atienden las palabras de su interlocutor pensando en lo que van a decir ellas mismas. Realmente no es que no escuchen, sino que ni siquiera oyen otras palabras que no sean las propias.

Compruebo con desánimo que bastantes actores se suman a esta práctica voluntariamente sorderil. No escuchan la otra parte del diálogo porque están preocupados, exclusivamente, por su papel. En algún caso puede atribuirse a la inexperiencia e incluso al temor de interrumpir el texto del interlocutor (pisarle una frase a un actor vanidoso puede suponer que en el primer mutis el petulante se lance a masticarle la nuez al bisoño por privarle de un brillante final de frase con su impericia). Pero en demasiadas ocasiones se advierte una pobre arrogancia, como si el actor considerase que el único papel importante es el suyo. Aunque esto, sospecho que no se da sólo en el teatro.

Lo realmente divertido sobreviene cuando al actor no se le da el "pie" adecuado, entonces -para no quedarse como un pasmado- hay que echar mano del oficio.

Don Juan Tenorio comienza en la hostería del Laurel, en la que, durante las primeras siete breves escenas, don Juan escribe una carta, el hostelero y el criado Ciutti hablan de sus cosas, llega un embozado y después otro. Este segundo embozado que se llama don Diego, al entrar pregunta:

DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?

BUTARELLI: En ella estáis, caballero.

DON DIEGO: ¿Está en casa el hostelero?

BUTARELLI: Estáis hablando con él.

El embozado se acomoda, llegan después dos señoritos sevillanos. Y se desencadena la acción de la trama.

Pues bien. Sin que se sepa por qué, el actor que interpreta al hostelero Butarelli, cuando concluye su diálogo con el primer embozado, don Gonzalo, en vez de quedarse en escena limpiando y trajinando, como indica la acotación de la obra, hace mutis, se marcha. En ese momento entra en escena el segundo embozado, y pregunta:

DON DIEGO: ¿La hostería del Laurel?

Perplejo, advierte que en la hostería sólo se encuentra un embozado sentado a una mesa. No sabe qué hacer. Es imposible que el actor encargado del papel de Butarelli le responda por la sencilla razón de que no está. Breve y angustioso silencio. Pero surge la genial improvisación del primer embozado:

DON GONZALO: En ella estáis, caballero.

Ni está en casa el hostelero

ni estáis hablando con él
.

A veces, en el teatro y en la vida nos toca improvisar frente a la sordera.