miércoles, junio 30, 2010

Las Vuvuzelas de Jericó


Es raro que yo escriba de temas de actualidad, como mis dos o tres lectores han comprobado, sino que acostumbro a remontarme a tiempos pretéritos. Pero no me resisto a comentar algún aspecto de la Copa del Mundo de fútbol que se está disputando en Sudáfrica, quizá porque he sido aficionado al fútbol, cuando era fútbol y no el circo en que se ha convertido. Veía todos los partidos que retransmitía la, por entonces, mejor (y única) televisión española. Vi cómo lesionaban al portugués Eusebio y cómo los bobbies se llevaban a empellones al argentino Rattin tras ser expulsado en el Mundial de Inglaterra del 66. Disfruté de la magia de Pelé en México del 70, y de Cruyff y "Torpedo" Müller en Alemania del 74. Vaya, que era afición la mía. Y era el Pleistoceno.
En este mundial de Sudáfrica me estoy aburriendo soberanamente porque no veo más que alguna jugada aislada que merezca la pena. Y me abruma la expectación que el evento despierta, hasta el punto de anestesiar dolores sociales y económicos importantes. El evento y sus daños colaterales, pues no sé si me divierte o me horroriza que sean portadas de periódicos del mundo que la novia de Casillas (muy mona ella) distraiga al cancerbero, que el presidente francés Sarkozy haga cuestión de Estado la eliminación de su equipo o que el diputado mexicano Eric Rubio proponga citar a Javier Aguirre en la Cámara de Diputados para que explique sus cambios en la alineación.
Pero lo que me ha llamado la atención ha sido la alegría de miles de sudafricanos -ignoro si real o fingida- animando a todos los equipos participantes. Bailes, sonrisas y vuvuzelas. Sí, esas trompetas que con irritante insistencia chiflan durante todo el partido. Queda demostrado que los sudafricanos son inasequibles al desaliento y tienen unos pulmones de campeonato.
Me pregunto si con esa porfía musical lo que pretenden es derribar cual las murallas de Jericó las paredes de esa vieja puta que es Europa y que durante siglos ha exprimido, explotado y asolado hasta el último rincón del continente africano.
Me dan igual los regates de Messi o los goles del Niño Torres. Me quedo con ese llanto incesante de las vuvuzelas.