Una de las cosas que más puede descomponer a una mujer es que otra mujer lleve su mismo modelo de vestido. Los hombres no solemos fijarnos en éso, y, si lo hacemos, lo tomamos a chufla. Pero ellas, se pueden enfurecer hasta límites insospechados.
En una boda muy distinguida asistí a un espectáculo "delicioso". La esposa de un amigo iba puestísima y monísima con su vestido de color "no me acuerdo ahora". Transcurrió la ceremonia, nos reunimos los asistentes en el atrio para intercambiar saludos refinados y gentiles y la antedicha cumplimentó ostensiblemente a otra amiga. Ya en el vehículo que nos llevaba al restaurante donde se celebraba el banquete, mi amigo, entre extrañado e incrédulo le dijo a su esposa:
-Ya he visto que has estado muy efusiva con Fulanita (Fulanita era esa otra amiga que había sido exnovia de mi amigo y a la que su mujer no conocía personalmente).
-¿Yooo? ¿Es que estaba en la iglesia?
-Claro -tercié yo, haciendo mal tercio- la morena del vestido negro que has besuqueado con tanto entusiasmo.
-¡Por favor! ¡Qué vergüenza! -exclamó ella irritada.
Se acabaron los tercios porque la cara de la esposa de mi amigo empezó a adquirir unas tonalidades peligrosas para los cercanos, y seguimos el trayecto hablando del tiempo, de lo guapo que estaba nuestro amigo el novio, y del último partido de liga de fútbol. Ella estaba realmente enojada.
Una vez en el bar del hotel, tomando el aperitivo y cuando parecía que había escampado, sobrevino la catástrofe. Un matrimonio amigo que no pudo acudir a la iglesia se reunió con nuestro grupo. Y quiso el destino funesto que la esposa vistiera un modelito idéntico, pero idéntico, a la antecitada mujer de mi amigo. Los hombres, ante esas circunstancias bromeamos con la casualidad, quizá porque todos vamos muy parejos, con traje oscuro preferentemente azul marino. Pero ellas, nooooo. Ambas quedaron boquiabiertas como si aquello no pudiera estar sucediendo, como si fuera un mal sueño del que van a despertar enseguida. Claro que cuando tienes que sentarte a la mesa con otra mujer vestida exactamente igual que tu, el espíritu femenino no puede por menos que rebelarse. Y en una boda tan finolis no se puede increpar a voces a la otra por su elección del vestuario, ni liarse a mamporros, sino que hay que guardar una sutil y discreta compostura, forzar la sonrisa y rezar para que pase pronto de ellas este cáliz de sufrimiento.
La rechifla se palpaba en el ambiente, y algún destarifado la atizaba con comentarios tales como: "Caramba, sois del mismo colegio", ó "habéis venido de uniforme". Yo cerraba los ojos pensando que de un momento a otro volarían tenedores y cuchillos y nos encontraríamos sin comerlo ni beberlo en La matanza de Texas, pero en el Gran Hotel.
Afortunadamente todos salimos airosos e indemnes, y me consta que ambas mujeres siguen siendo amigas, aunque creo que si van invitadas a una boda, se telefonean antes para saber el atuendo de cada cual.
En una boda muy distinguida asistí a un espectáculo "delicioso". La esposa de un amigo iba puestísima y monísima con su vestido de color "no me acuerdo ahora". Transcurrió la ceremonia, nos reunimos los asistentes en el atrio para intercambiar saludos refinados y gentiles y la antedicha cumplimentó ostensiblemente a otra amiga. Ya en el vehículo que nos llevaba al restaurante donde se celebraba el banquete, mi amigo, entre extrañado e incrédulo le dijo a su esposa:
-Ya he visto que has estado muy efusiva con Fulanita (Fulanita era esa otra amiga que había sido exnovia de mi amigo y a la que su mujer no conocía personalmente).
-¿Yooo? ¿Es que estaba en la iglesia?
-Claro -tercié yo, haciendo mal tercio- la morena del vestido negro que has besuqueado con tanto entusiasmo.
-¡Por favor! ¡Qué vergüenza! -exclamó ella irritada.
Se acabaron los tercios porque la cara de la esposa de mi amigo empezó a adquirir unas tonalidades peligrosas para los cercanos, y seguimos el trayecto hablando del tiempo, de lo guapo que estaba nuestro amigo el novio, y del último partido de liga de fútbol. Ella estaba realmente enojada.
Una vez en el bar del hotel, tomando el aperitivo y cuando parecía que había escampado, sobrevino la catástrofe. Un matrimonio amigo que no pudo acudir a la iglesia se reunió con nuestro grupo. Y quiso el destino funesto que la esposa vistiera un modelito idéntico, pero idéntico, a la antecitada mujer de mi amigo. Los hombres, ante esas circunstancias bromeamos con la casualidad, quizá porque todos vamos muy parejos, con traje oscuro preferentemente azul marino. Pero ellas, nooooo. Ambas quedaron boquiabiertas como si aquello no pudiera estar sucediendo, como si fuera un mal sueño del que van a despertar enseguida. Claro que cuando tienes que sentarte a la mesa con otra mujer vestida exactamente igual que tu, el espíritu femenino no puede por menos que rebelarse. Y en una boda tan finolis no se puede increpar a voces a la otra por su elección del vestuario, ni liarse a mamporros, sino que hay que guardar una sutil y discreta compostura, forzar la sonrisa y rezar para que pase pronto de ellas este cáliz de sufrimiento.
La rechifla se palpaba en el ambiente, y algún destarifado la atizaba con comentarios tales como: "Caramba, sois del mismo colegio", ó "habéis venido de uniforme". Yo cerraba los ojos pensando que de un momento a otro volarían tenedores y cuchillos y nos encontraríamos sin comerlo ni beberlo en La matanza de Texas, pero en el Gran Hotel.
Afortunadamente todos salimos airosos e indemnes, y me consta que ambas mujeres siguen siendo amigas, aunque creo que si van invitadas a una boda, se telefonean antes para saber el atuendo de cada cual.