Hubo en pueblos y ciudades de España una costumbre —hoy desterrada— que consistía en aporrear desapaciblemente cencerros y otros artilugios similares para burlarse en la noche de bodas de aquel que se había casado con una viuda. Era lo que se denominaba dar cencerrada. Imagino que el origen de tal actividad nacería de los atavismos de la prepotencia de la mayoría de los varones respecto a las mujeres al considerar que éstas debían llegar incólumes al matrimonio. Si uno se casaba con una viuda tal doncellez se suponía que brillaba por su ausencia. Y había que mofarse del tipo. Con el paso del tiempo el varón fue adquiriendo cordura y talento (o eso se supone) y fue extinguiéndose tal usanza. Si hoy en día se mantuviera la costumbre de dar cencerrada a los que se casaban con una dama en segundas nupcias la barahúnda sería diaria e insoportable.
Hace unos años topé en la hemeroteca con una referencia (que no tenía nada que ver con lo que yo estaba trabajando, porque el abajo firmante está mal de la cabeza pero no hasta el extremo de buscar referencias de cencerradas) que considero una joyita de la información periodística. Se publicó el día 30 de septiembre de 1917 en el diario Heraldo de Aragón y la transcribo íntegra:
"Un vecino de la calle de los Viejos requirió ayer el auxilio de la Policía con muchísima razón. Desde hace dos noches el denunciante y otros vecinos de la misma casa son víctimas de unas cencerradas insoportables que les dan unos mozos so pretexto de que uno de los vecinos se ha casado con una viuda.
Además resulta que se han adelantado a los acontecimientos porque la viuda no se ha casado aún. La crueldad de los murguistas llega al extremo de que no se conforman con dar la cencerrada en la calle sino que, además, suben a la casa y aporrean las puertas como si cada uno no tuviera su alma en su armario y no pudiera casarse con quien le conviniera.
Para evitar la lata y el atropello el Jefe de Policía ordenó a dos de sus agentes que se sitúen en el lugar del escándalo para evitarlo en lo sucesivo".
No pude averiguar quién era el autor del artículo, pero no me negarán que la redacción es deliciosa. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en la ciudad y más de un curioso se daría un garbeo por la calle de los Viejos —que debe su nombre a que en tiempo inmemorial vivieron en dicha calle tres caballeros exageradamente provectos y existe aún en el casco histórico— para cotillear quién era el de los desposorios. O para entender en qué consistía éso de "tener el alma en el armario", que yo les confieso que no he podido comprenderlo.