martes, abril 29, 2008

Antes de salir a escena

Actor, aprende a ser humilde, profundamente humilde. No sabes nada sobre los hombres, ni tampoco sobre las fuerzas que los mueven y animan a vivir o morir. No sabes nada sobre el amor; en tu trabajo manejas palabras aprendidas y simples ideas preconcebidas. La realidad es mucho más sorprendente, la fuerza de su imaginación es mucho más rica y mágica que cualquier situación humana que el hombre pueda concebir dentro de los límites de su propia imaginación.
Sé humilde, actor. Vas a engañar a unas personas que quieren que les engañes. La vida real, es otra cosa.

jueves, abril 24, 2008

La papeleta


En mis tiempos universitarios se nos entregaban las calificaciones en una papeleta por cada asignatura. Una papeleta rectangular de un palmo de tamaño con nombre, apellidos y asignatura en el anverso y la calificación en el reverso. Aprobado, Notable o Sobresaliente (porque las Matrículas de Honor se negociaban, o eso decían). Se trataba de un documento meramente informativo -la calificación definitiva figuraba en las actas firmadas por catedráticos y profesores- y se solían dejar amontonadas en algunas mesas de los vestíbulos de las Facultades. Creo que conservo alguna por ahí, pero ahora me da una flojera tremenda buscarla y escanearla.

El alumno recogió su papeleta de Derecho Internacional y vio con extrañeza que le habían calificado como "Aprobado P. C.". Preguntó a los compañeros que estaban por allí, pero ninguno supo decirle qué significaba aquello de "P. C.". Se decidió a preguntarle a Ambrosio, el bedel, un hombre de edad indefinida pero superviviente, al menos, de setenta cosechas de Cariñena. Y se decidió a preguntarle porque eran las 11:45 y a las doce en punto Ambrosio dejaba de conocer al mundo tras sus continuas idas al bar de la Facultad.
Le enseñó la papeleta, el bedel se encogió de hombros y dijo:

-No sé. Será "pasar por cátedra", ¿o qué?

Claro, pasar por cátedra. Seguramente para sugerir algún ejercicio complementario al examen con objeto de subir nota. Claro, eso era.

Llamó a la puerta del despacho del Profesor titular de la asignatura, le saludó, mostró la papeleta y dijo:

-Que como dice aquí "pasar por cátedra", pues éso, que aquí estoy.

El profesor se ajustó los lentes, miró alternativamente la papeleta y al alumno -con idéntico desprecio por una y por otro- y masculló con sorna:

-Pasar por cátedra... pasar por cátedra... ¡Aprobao Por Caridad! Que hizo usted un examen que daba pampurrias. Y, hale, vaya a tomar el sol o a poner un cirio a la Virgen, que tengo que terminar las actas para irme de vacaciones.

Y cerró la puerta mientras el alumno procuraba cerrar los ojos que se le habían quedado abiertos como platos.

miércoles, abril 23, 2008

Amor


Dos corazones

Un camino

sábado, abril 19, 2008

Noche a dos sentimientos

Deja en mi pecho el fruto de tu mirada,
deja en mis labios las lágrimas de tus ojos,
que la noche calla para escuchar lo que hablamos,
y fulgirán sus ojos que dirán lo que han visto.

lunes, abril 14, 2008

El constructor de recuerdos


Cuando reunía a sus amigos se afanaba en remover historias del pasado con una sagacidad casi imperceptible. Creaba un clima confianzudo, lo cargaba de relativa intimidad hasta que las lenguas se sentían descaradas y comenzaban a soltarse recordando situaciones pretéritas que casi todos habían vivido conjuntamente. A partir de ahí, manejaba el escalpelo de la credulidad y procedía metódicamente a cambiar poco a poco la historia a su conveniencia. Registraba cada variación en su cabeza y las guardaba para la siguiente reunión. Entonces volvía a la carga, pero ya era él quien -con el recuerdo convenientemente modificado- contaba la historia. Sus amigos se marchaban no con su recuerdo propio y auténtico, sino con el que él les había relatado. Había construido sus nuevos recuerdos del pasado.

domingo, abril 06, 2008

Palabras

POLONIO-What do you read, my Lord?
HAMLET-Words, words, words.

W. Shakespeare. Hamlet. Acto segundo, escena VII (fragmento).

miércoles, abril 02, 2008

Los seis entierros de Calderón de la Barca

Don Pedro Calderón de la Barca tuvo una mocedad agitada. Malfurrió la herencia de su padre, se metía en reyertas por un quítame allá esas pajas, desenvainaba el acero con harta reiteración. Y profanó un convento de clausura.
Esto último sucedió en el Madrid de 1629, cuando en el mentidero de Representantes de la calle del León se organizó una agarrada entre gentes del teatro que acabó en pendencia. Un actor, Pedro Riquelme, desenvainó la espada e hirió a un hermano de Calderón de la Barca y éste se fue a por él. El actor puso pies en polvorosa y, en su huida, se escondió en el convento de las Trinitarias, donde estaba enterrado Cervantes y guardaba entonces clausura la hija de Lope de Vega. Don Pedro y sus amigos no se pararon en barras y asaltaron el convento, revolviendo todo, registrando celdas y -hay quien dice- que levantando el velo a las monjitas para comprobar que no estaba Riquelme disfrazado de sor.
El actor escapó indemne, pero el autor de La vida es sueño terminó detenido. Lope de Vega le escribió una airada carta en la que le ponía a caldo por haber profanado la clausura de su hija y pisoteado el sepulcro de Cervantes.
Y quizá el espíritu de don Miguel tuviera algo que ver -que en estos menesteres de ultratumba nunca se sabe- en los avatares que sufrió el cadáver de Calderón cuando decidió dejar este mundo y fue enterrado en la iglesia de San Salvador. Allí descansó durante ciento sesenta años hasta que le exhumaron porque el templo iba a ser derruido. Lo trasladaron a la capilla de la Archicofradía Sacramental de San Nicolás con todos los honores, mientras los cómicos de la época salieron al paso del cortejo para rendir homenaje a quien recitaban tan a menudo.
Disfrutó don Pedro de veintiocho años plácidos hasta que decidieron llevarle a lo que iba a ser el nunca concluso Panteón de hombres ilustres en san Francisco el Grande. Y sus huesos quedaron amontonados durante cinco años junto a otros insignes hasta que los devolvieron a sus lugares de origen. Así que de vuelta a san Nicolás, en un traslado que inauguró el viaducto de Madrid, en su cuarto entierro. Seis años de sosiego hasta que lo trasladaron al templo de la calle de la Torrecilla del Leal.
Cuando se cerró esta parroquia, y a la espera de la construcción de una nueva en la carrera de san Bernardo, se trasladaron los restos en 1902 a una capilla del antiguo Hospital de la Princesa. El nuevo templo de la calle de san Bernardo estuvo listo unos años después y allá que fueron los huesecillos del escritor con la esperanza de descansar en paz de una vez. Pero el advenimiento de la República vino a truncar el reposo, pues el templo fue incendiado durante la quema de iglesias y los restos se supone que acabaron chamuscados.
Se dio por desaparecido a Calderón porque la urna con sus restos no apareció. Pero... Al parecer, un grupo de previsores frailes ocultaron los restos para que los republicanos no la emprendieran con ellos. Lo emparedaron. Así lo confesó un anciano sacerdote al historiador Francisco Azorín, aunque lo que no le dijo fue dónde lo escondieron porque nadie lo recordaba.
Dijo el ilustre periodista zaragozano Mariano de Cavia que no hay en España profesión más intranquila, insegura e incómoda que la de difunto ilustre.