jueves, mayo 21, 2009

Comida en el Thermidor

"El Thermidor era un minúsculo restaurante recién abierto, en el que todo había sido elegido escrupulosamente para obtener un conjunto refinado y abrumador: Los porteros negros, las pantallas moradas, la vajilla de esmalte y de cristal de roca, los grandes búcaros donde se desmayaban lirios, la orquesta de cosacos que entonaba melodías lúgubres de estepa arrasada por un ciclón y la dentadura postiza del maître.

-Sentémonos en esta mesa -indicó Perico Espasa-. El camarero es amigo y...
-No. Nada de camareros amigos -rechazó Federico-. Un camarero amigo es siempre demasiado amable; nos pregunta si nos hemos casado ya; nos habla del último éxito literario; nos aconseja que no pidamos mariscos, porque aquél día no han llegado frescos y no nos permite que comamos ternera, porque precisamente es de anteayer y está podrida. No, no... Nada de camareros amigos y amables. Me gusta que los criados sean mudos y que los mariscos estén pochos, y que la ternera haya sido muerta durante la primera guerra carlista.

Cruzaron el salón al ritmo lento de La Russalka, de Dargomijsky, que la orquesta de cosacos ejecutaba como ejecutan siempre los rusos: en masa y creyendo en serio que hacen algo importante para el progreso del Mundo.
El salón de Thermidor se hallaba medio vacío, como los pantanos de la provincia de Huesca.
Diez o doce personas comían entre bisbiseos tenues de conversaciones y esguinces de fatigado snobismo. Sólo se oían claramente las voces de tres ingenieros que discutían, entre plato y plato, un problema de resistencias y no pensaban que el verdadero problema de resistencia era oírles diez minutos sin darles un silletazo. Desde la mesa central un viejo cínico le hacía gestos a una dama que se hallaba frente a él en compañía de su marido y de un pollo delgadísimo (del que ya se había comido un muslo). La dama le agradecía al viejo Don Juan su cinismo, pero no le perdonaba sus setenta años, así es que le rechazó tácitamente, dedicándole al marido, de allí en adelante, todas sus palabras y todas sus sonrisas. (Hay una época en el matrimonio en que la esposa sólo se comporta agradablemente con el esposo para mostrarle su desagrado a un seductor o para que no note que un seductor le es agradable.) Más al fondo comían dos enamorados, que denunciaban lo reciente de su pasión cambiando entre sí el contenido de sus platos: porque el amor sólo es intercambio (de alimentos, de besos, de caricias, de espasmos, de lágrimas, de reproches, de insultos, de injurias; y -a veces, cuando los amantes son personas educadas- de bofetadas; y -frecuentemente, cuando los enamorados son seres exquisitos- de gonococos). Junto a la mesa elegida por Federico, una mujer sola (cabellos negros, pupilas azules, boca pálida y tez color noche de bodas) consumía en silencio unas setas con mermeladas. Su pensamiento parecía estar lejos de las setas, pero su corazón sin duda estaba cerca de las mermeladas."

(Extracto de la novela “La Tournée de Dios”, de Enrique Jardiel Poncela. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 1932.)