En mi ciudad estamos en fiestas. Y, aunque la población roce los 700.000 habitantes, las fiestas son de pueblo. No voy a entrar en detalles porque no me apetece, pero me ha venido a la memoria una historia que me contaron y que sucedió no hace demasiado tiempo.
En el Ayuntamiento de un pueblo cuyo nombre recuerdo perfectamente, pero no voy a decir, alcalde y concejales preparaban el programa de fiestas patronales. Andaban algo mosqueados porque en el pueblo de al lado, con el que les unía una cariñosa enemistad, habían recuperado una vieja tradición para sus fiestas, consistente en una especie de comparsa de cabezudos. Y éstos no querían ser menos, de modo que se habían puesto a buscar alguna tradición que llevarse a las fiestas. Una encontraron. Parecía ser que hubo una procesión en la que acompañaban al santo por todo el pueblo unos alabarderos con vistosos uniformes y alabardas de más de dos metros. Pusiéronse manos a la obra, desempolvaron los trajes, los restauraron y remozaron las alabardas con todo lujo y esplendor.
Con todo preparado, se produjo el conflicto. En la calle de acceso a la plaza había un arco bajo el cual pasaba la procesión. Y los soldados no podían atravesarlo con las alabardas enhiestas.
-Pues habrá que cortar las lanzas -propuso uno.
-¿Cómo se van a cortar las lanzas si tienen tanta antigüedad?
-Pero mira que sois burros... Se desmonta el arco.
-¡Si desmontamos el arco se viene abajo la casa del Emerenciano!
El secretario del ayuntamiento, que era de ciudad, los miraba atónito y despavorido ante las tropelías que aquellos munícipes eran capaces de cometer. Casi en un susurro, se dirigió a ellos:
-Disculpen, señor Alcalde, señores concejales. Pero, dado el tamaño de las alabardas y la altura del arco, en vez de tocar unas u otro, ¿no sería más prudente que los soldados se agachasen con la lanza al pasar bajo el arco? Así no habría que modificar nada...
Los concejales, tras unos momentos de reflexión, prorrumpieron en aplausos y vivas a aquel pobre secretario de ayuntamiento que acababa de solucionarles el grandísimo problema. Y el alcalde, se dirigió a sus ediles:
-Si es que, no hay como tener estudios.
4 comentarios:
Esta tarde, en las fiestas de Zuerón -nombre técnico del lugar donde vivimos-, he asistido al Rosario de Cristal...
Acompañado durante el recorrido por una hilera de carritos de "perritos calientes" y un número indefinible de grupos del altiplano desafinados. ¡Ah!, y unos bailarines hambrientos contorsionistas, absolutamente pobres.
Es cierto. Una masa iletrada, con la conciencia bien lavada y pobre arrasa...
Hola cheposín
;-)
Ya era hora que quitaras el polvo a la pluma...
Yo, no sé, con lo de pueblo que soy...seguro que hubiera cortado las lanzas. Es que además soy vaga, y lo de desmontar el puente se me hubiera hecho cuesta arriba...
Besicos de una fatica.
Aunque la anécdota tiene su lado cómico, es más ien triste.
Y digo yo, ¿En vez de picarse a ver quién mea más lejos no podrían haberse gastado el dinero en "tener estudios"?
No sufráis demasiado las fiestas.
Ya sé de qué pueblo hablas y tienen fama de bruticos..
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