lunes, octubre 10, 2011

Siempre nos quedará París (II)



A primera hora de la tarde el boulevard de Rochechouart hervía de actividad, con una abigarrada mezcla de olores, colores y movimientos que se desparramaba como agitada por un viento invisible.
Me senté en las escaleras del Sagrado Corazón a esperarte, como me habías pedido. Invité a tabaco y puse cara de malas pulgas para ahuyentarles a un par de retratistas obstinados en dibujar mis anodinos rasgos. Y lo conseguí. Claro que, al llegar tu con la hermosura brotando por cada poro y tu cabello al viento primaveral, advertí que los retrateros abrían ojos como platos ante la nueva y mucho más apetecible presa. De ahí que, casi sin saludarte, te tomara suavemente por el brazo y urgiese a visitar la capilla de san Ignacio de Loyola, acompañándolo del relato de la fundación de la Compañía de Jesús en aquel mismo lugar de Montmartre. Salvado el peligro, nos sentamos en la hierba bajo la inquietante presencia de una gárgola de mirada pétrea y aviesa.
Leí tus cuartillas con mezcla de devoción y delectación, seducido por aquellos personajes que sentía cómo se movían libremente a mi alrededor.

Me llevaste de la mano, yo sin dejar de leer, hasta la Place du Tertre, llena de turistas como siempre, embobados ante la exposición pública de tantísima pintura de insignes desconocidos. Te atrajo una música proveniente de una esquina de la plaza más que cualquier cromatismo esparcido en los lienzos. Era un joven ruso o ucraniano -exbolchevique en cualquier caso- muy rubio que tocaba con delicadeza la balalaika mientras su acompañante, igualmente muy rubia, le acompañaba casi imperceptiblemente al violín. Me parecieron personajes dignos de tus escritos y los bauticé inmediatamente como Yuriy y Alina. Éramos los únicos en aquel momento que les escuchábamos y nos sonrieron, así que les invitamos a un café en La Cremallera, que hablan español, y charlamos sobre Tolstoi y Chejov (eran rusos de Tversk) en una especie de dialecto esperantista tejido con varios idiomas. Cuando caminábamos por rue Pigalle y yo te decía que la música de aquellos simpáticos jóvenes bien podría ser la banda sonora de tus escritos, me dijiste que te ibas y que mañana nos veíamos. Pero... mira que me dejas tirado en pleno Pigalle, rodeado de cabaretes y señoritas de pestaña ligera dispuestas a hacerme todo tipo de proposiciones...
Atardecía por el boulevard de Clichy cuando imaginé a Toulouse-Lautrec invitándome a entrar al Moulin Rouge. Pero no hubo proposiciones ni invitaciones; solamente me paró un barrendero para pedirme lumbre.

2 comentarios:

MABANA dijo...

Mejor no pongo nada, xq luego....uff!!

MNKANTA!!

bss guapo

penelope dijo...

Pero como sois los intelectuales. Os sentais en un café sin conoceros y no se os ocurre hablar de Paris, ni del tiempo, ni de comida, nooooo...De Tolstoi y Chejov nada menos! Así, de sopetón!! Y en una especie de Esperanto!!
No teneis remedio...;) Ay, dios, llevame pronto...