jueves, febrero 13, 2014

De alfeñiques y hombres

Puebla de los Ángeles es una ciudad preciosa, no ya de las más lindas de México, sino de todo el mundo. Me enamoraron sus casas del centro histórico de fachadas con diferentes colores que no sólo no desentonan entre sí sino que configuran una melodía armoniosa y viva. Una de ellas, con fachada y aleros barrocos espectaculares, que más llamaron mi atención fue la "Casa del Alfeñique". Cuando me dijeron su nombre, en mi absoluta ignorancia, imaginé que debería su nombre al hecho de que su constructor, o su propietario, fuera un individuo pequeñito y enclenque, ya que esa era la acepción que yo atribuía a la palabra "alfeñique". Bárbara me miró con extrañeza cuando lo dije en voz alta. Y me aclaró que en México un alfeñique es un dulce de azúcar en forma de barra delgada y retorcida. Y que incluso en Toluca hay una feria del alfeñique muy conocida, y muy dulce, obvio. La fachada barroca de la casa semeja las formas de ese dulce. También me explicó que la casa la mandó construir don Juan Ignacio Morales en 1790 como regalo de amor para su esposa.
Los hispanohablantes no somos conscientes muchas veces de la inmensa riqueza que manejamos en nuestro vocabulario, ni de cómo habitan en un mismo vocablo significados tan distintos. No es de extrañar que México sea el vivero que mantiene tan vivo el idioma español, pues sigue utilizando palabras y expresiones perdidas ya irremediablemente en España y añadiendo al idioma vocablos del náhuatl,  zapoteco, mixteco, maya, etc. Y todo eso pese a la influencia anglosajona de sus vecinos del norte.
Volviendo a los alfeñiques, di en pensar que no dejaba de ser curiosa y divertida la polisemia de tal vocablo. Porque, ¿no resulta muy difícil de imaginar a un alfeñique (hombre escuchimizado) dulce? Según la tradición los enclenques son débiles, raquíticos y tienen muy mala uva -seguramente por ser pequeñitos y flojos-, por contra de los corpulentos que son robustos, buenazos y simpaticones. Claro que la mencionada tradición puede estar errada y no tener que ser así. ¿Hay chaparritos bonachones y grandotes pícaros? Quizá alguien me ilustre sobre el asunto.
Caminando por la avenida 4 Oriente, donde se encuentra la Casa del Alfeñique (hoy Museo del Estado de Puebla), pensaba en hombres que construyen casas que simbolizan dulces para obsequiar a sus amadas esposas. Hombres que han pagado su victoria con muchas derrotas, su riqueza con muchas pérdidas. Que han alcanzado su grandeza reconociendo su propia pequeñez. Siendo solamente hombres. Que sean alfeñiques -en cualquiera de sus acepciones- seguramente sea lo de menos.

4 comentarios:

Turulato dijo...

Si hubiese leído el libro que estoy leyendo y que alguien me regaló -Palabras Moribundas- se acordaría de que la acepción original de alfeñique es en España la misma que en México y que precisamente de ahí se deriva la que usted cita, caballero, pues ¿qué otra cosa puede ser alguien alfeñique sino delgadito, dulce y quebradizo?

Anónimo dijo...

Hombre también se le puede llamar escuchimizado y ése no me lo imagino dulce, la verdad..

A.M. Valero Lite dijo...

Por Dios, ¡qué ignorante soy! Probablemente de no haber leído tu artículo no hubiera atinado en lo qué significaba tal palabra.

Y volviendo a la historia, tal vez el señor en cuestión, fuera, efectivamente, un enclenquecillo y quebradizo caballero que para conquistar a su dama (tal vez incluso para reconquistar a su ya esposa) tuvo por buena ventura o pura necesidad que darle algo más que sus quebradizos huesecillos y por eso le construyó ese dulce manjar en forma de casa o palacete.

Supongamos (es sólo un suponer), que don alfeñique fuera, digamos, poco competente sexualmente hablando, no sé,no tiene por qué ser así pero supongámoslo. Y que tal dificultad comenzara a hacer mella en los deseos no satisfechos de su amada esposa. Con lo cual, tuvo el desdichado que ingeniárselas para compensarla de alguna otra manera, ofreciéndole algo grande, hermoso y que le demostrara su dulce amor o lo dulce que la veía a ella...ya me entiendes.
De esta manera, lo que a tí te vino a la cabeza en cuanto supiste el nombre de la casa puede ser ser totalmente cierto sin desmentir al mismo tiempo la razón por la que se lo pusieron.
Probablemente en España, en la que los juegos de palabras nos gustan tanto y somos tan malvadetes, esta historia podría tener visos de verdad. No sé en México, cómo se las gastan.

Todo fuera que el tal Don Juan Ignacio Morales fuera un tiarrón de 1.80 de altura y 110 Kg de carne magra y con mucho fuelle, en tal caso me sello la boca para siempre y hago mutis por el foro.

Sea como fuere, lo que nos quedaremos sin saber es si la esposa aceptó de buen grado tal detallazo, que yo me supongo que sí, fuera o no el buen hombre, un semental o un secarral.

A lo mejor ni lo uno ni lo otro, y simplemente el tío tenía guita y era muy detallista.

Otra historia que me viene a la cabeza es que a lo mejor ella tenía un amante y él en vez de flores....

Bueno. Paro ya.
Es que da para mil elucubraciones tu historia Oshi, no sé cómo lo haces..

Alfeñique.
Lo que importa es que ya no se me olvidará la palabra.
Y que si alguna vez voy a Puebla de los Angeles...en esa esquina y mirando es casa...me acordaré de vos.



B.G. dijo...

Muy ingeniosas las elucubraciones de Penélope.

Yo tampoco sabía que un alfeñique era, antes de nada, un dulce. ¿Será que en algún momento los corpulentos, envidiosos de la dulzura de los delgaduchos, se rieron de ellos llamándoles algo así como "golosina"?