Sentí su presencia cerca de mi. Giré levemente la cabeza y cruzamos nuestras miradas. Al momento se alejó mientras yo investigaba en el escaparate el objeto que ella había estado mirando. Imposible saberlo. Sólo fui capaz de verme reflejado en el cristal, como Audrey Hepburn.
Moon River, wider than a mile
I'm crossing you in style, someday
Old dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way.
Seguí torpemente los pasos que ella había caminado hacia la puerta de entrada. Recorrí con la vista el amplio vestíbulo de la tienda hasta que mis ojos se detuvieron en una mirada convertida, a un mismo tiempo, en huidiza y cómplice, hasta el punto que igualmente podría significar que me invitaba a seguirla, o que me conminaba a salir de allí inmediatamente. Una leve sonrisa dibujada en sus labios me animó a seguirla, aunque de un modo furtivo, casi clandestino, y con el pulso acelerado por la emoción de volver a sentirla cercana.
Los turistas saben que en Tiffany, a medida que suben las diferentes plantas del edificio, aumenta el precio de los objetos que hay en ellas. Y la primera planta acostumbra a ser un hervidero, pues hay objetos que cuestan a partir de cinco ó diez dólares. Nadie resiste la tentación de llevarse cualquier cosita de recuerdo con el nombre grabado de Tiffany & Co. Aunque no hay turistas que sean agasajados en la última planta con caviar beluga y champán francés. Eso es exclusivo de los clientes.
La seguía a una distancia prudente aunque ella comprobaba de reojo, cuando no se interrumpía absorta en la contemplación de alguna pieza, que yo me mantenía cerca y sin perderla de vista. En algún momento, aprovechando si ella se detenía, procuraba aproximarme hasta que me rozase la estela de su perfume, o pudiese escuchar cómo sus finos tacones se deslizaban por las alfombras.
Se detuvo en uno de los mostradores interesándose por una pieza. La vendedora abrió una vitrina y le mostró un bonito collar de perlas y diamantes. Ambas lo miraban una y otra vez y, más que tocarlo, lo acariciaban. La vendedora lo ciñó con suavidad a su cuello, aquel cuello tan fino y hermoso que no rivalizaba con ninguna joya porque las derrotaba a todas en belleza.
Fue entonces cuando se volvió para mirarme con indescriptible dulzura. Se quitó el collar tras contemplarse durante un rato en el espejo y lo devolvió a la vendedora. Se despidieron amigablemente y continuó paseando entre los mostradores y las vitrinas mirando las piezas.
Me acerqué al mostrador y le alargué mi tarjeta de crédito a la vendedora antes de que devolviese el collar al lugar que ocupaba en la vitrina. Me miró con complicidad y algo de satisfacción y se dispuso a realizar la transacción.
Con el collar guardado en un estuche y con un precioso envoltorio la busqué por todos lados con la mirada, pero había desaparecido. Recorrí las plantas de la joyería sin encontrarla, aunque intuyendo que estaría como Audrey Hepburn, con una taza de café humeante frente a la fachada.
Fue entonces cuando se volvió para mirarme con indescriptible dulzura. Se quitó el collar tras contemplarse durante un rato en el espejo y lo devolvió a la vendedora. Se despidieron amigablemente y continuó paseando entre los mostradores y las vitrinas mirando las piezas.
Me acerqué al mostrador y le alargué mi tarjeta de crédito a la vendedora antes de que devolviese el collar al lugar que ocupaba en la vitrina. Me miró con complicidad y algo de satisfacción y se dispuso a realizar la transacción.
Con el collar guardado en un estuche y con un precioso envoltorio la busqué por todos lados con la mirada, pero había desaparecido. Recorrí las plantas de la joyería sin encontrarla, aunque intuyendo que estaría como Audrey Hepburn, con una taza de café humeante frente a la fachada.
Two drifters, off to see the world
There's such a lot of world to see
We're after the same rainbows end
Waitin' round the bend
My Huckleberry friend
Moon River, and me.
There's such a lot of world to see
We're after the same rainbows end
Waitin' round the bend
My Huckleberry friend
Moon River, and me.
Salí a la calle y allí estaba, con su deliciosa sonrisa sentada en el bordillo de la acera. Se había descalzado sus zapatos de tacón finísimo y los deditos de sus pies se agitaban juguetones bajo las medias negras. Sostenía en una mano un vaso de café humeante. Y sin dejar de mirarme sonriendo, movía los dedos de su otra mano urgiéndome a darle el envoltorio. Cuando lo deposité en su palma sonrió más aún y lo fue abriendo ceremoniosamente. Al ver el collar sus ojos y su boca dibujaron un gracioso gesto de sorpresa y admiración. Y me susurró sin que nadie pudiera escucharnos:
- ¿Sabes que éste es el collar número veinticinco que me regalas?
- Sí.
- Todos iguales.
- Siempre te detienes frente al mismo.
- Todos iguales.
- Siempre te detienes frente al mismo.
- Es que me gusta.
- Lo sé.
- ¡¡Corten!! - gritó el ayudante de dirección- ¡Una toma más y pausa para comer!
- Lo sé.
- ¡¡Corten!! - gritó el ayudante de dirección- ¡Una toma más y pausa para comer!
3 comentarios:
¿Ficción, realidad?. ¡Y qué más da!. Un sueño, quizá.
Y soñar es hermoso; tanto como permitir al alma que viva deslizándose en el aire..
Iba a preguntar lo mismo...
Es original. Tal vez no perlas y diamantes, más bien definitivamente no, pero el juego... es muy muy interesante.
Besazos, Chafarderillo
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