La Clairon -Claire Josephine Hippolyte Leiris de Latude- fue célebre actriz y diva de primera magnitud en la Comèdie Française a mediados del siglo XVIII. Tenía merecida fama de mujer galante por su hermosura, su trato y su irresistible atractivo sexual. Paseaba un atardecer por las más céntricas vías de París en compañía de una de sus más dilectas amigas cuando, al pasar por la calle de Saint-Honoré, se le acercó un ciego que, ayudado por su lazarillo, imploraba la caridad.
El inválido, refiriéndose a la inmensa desgracia de la falta de visión, dijo:
-¡Tened piedad, hermosas señoras, de un desventurado que ha perdido la alegría de este mundo!
Y la Clairon se volvió a su amiga y le preguntó:
-¿Es que este pobre hombre es un eunuco?
En otra ocasión, en el saloncillo de uno de los teatros más prestigiosos de París, un renombrado autor preguntó a la Clairon qué diferencia advertía entre un hombre de cincuenta años y otro de sesenta. La actriz dio la siguiente respuesta:
-Cuando un hombre empieza a tener grises los cabellos, tiene cincuenta años, y cuando vuelve a tenerlos negros, es que ya ha cumplido los sesenta.
La Clairon se retiró de la escena en 1765, y ya en sus últimos años de vida -y no muy sobrada de recursos- se refugió en el quinto piso de una modesta casa de vecindad. Allí acudió a visitarla uno de sus adoradores de otros tiempos, el cual se presentó ante ella fatigadísimo por la cantidad de escalones que acababa de subir.
-¡Oh, señora! ¡Cinco pisos! ¡Qué alto vivís!
Y la Clairon, siempre ingeniosa, respondió con la más seductora de las sonrisas:
-¿Qué queréis, amigo mío? ¡Es ya el único recurso que me queda para hacer palpitar los corazones!
El inválido, refiriéndose a la inmensa desgracia de la falta de visión, dijo:
-¡Tened piedad, hermosas señoras, de un desventurado que ha perdido la alegría de este mundo!
Y la Clairon se volvió a su amiga y le preguntó:
-¿Es que este pobre hombre es un eunuco?
En otra ocasión, en el saloncillo de uno de los teatros más prestigiosos de París, un renombrado autor preguntó a la Clairon qué diferencia advertía entre un hombre de cincuenta años y otro de sesenta. La actriz dio la siguiente respuesta:
-Cuando un hombre empieza a tener grises los cabellos, tiene cincuenta años, y cuando vuelve a tenerlos negros, es que ya ha cumplido los sesenta.
La Clairon se retiró de la escena en 1765, y ya en sus últimos años de vida -y no muy sobrada de recursos- se refugió en el quinto piso de una modesta casa de vecindad. Allí acudió a visitarla uno de sus adoradores de otros tiempos, el cual se presentó ante ella fatigadísimo por la cantidad de escalones que acababa de subir.
-¡Oh, señora! ¡Cinco pisos! ¡Qué alto vivís!
Y la Clairon, siempre ingeniosa, respondió con la más seductora de las sonrisas:
-¿Qué queréis, amigo mío? ¡Es ya el único recurso que me queda para hacer palpitar los corazones!
4 comentarios:
¡Mañana me compro un ático!
¿O sea que el ciego eunuco que se tenía el pelo era capaz de ascender hasta los cielos por un rayo de esa galanura que la anciana y pobre dama todavía conservaba?
¡¡Yo de mayor quiero tener el ingenio de esa señora!! (Lástima que ya sea "mayor").
Turulato, ¿para qué necesitas un ático? Porque para palpitar corazones me da a mí que no...Además, ahora hay ascensores...
...Y yo que cuando leo estas historias de atractivo sexual y galanura palpitante de machotes sudorosos, en aquellos años.., !de lo primero que me acuerdo es de que no había agua corriente y la gente se bañaba dos veces al año !Aunque no les hiciera falta! .
Pues eso, que me entra como ajko, mireusté. Eso sí, acostumbrados estaban a los hedores propios y ajenos, porque el ingenio no lo perdían ni a la vejez, estos personajes :)
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