
Todo el mundo sabe que Manuel Filiberto de Saboya-Aosta, duque de Aosta y Apulia e hijo de Amadeo I, fue príncipe de Asturias durante dos años.Pero lo que no saben algunos es que en su matrimonio con la princesa Elena de Francia reinaba la felicidad porque uno no se metía en la vida del otro. Lo que hoy llamaríamos una "pareja abierta". Ninguno de ellos se consideraba obligado a la fidelidad conyugal siempre que las cosas se "hiciesen" con discreción y estilo.Cierta noche en un lujoso hotel de Livorno el ex príncipe de Asturias, que se encontraba en una habitación con excelente compañía, escuchó a través de la pared de la estancia contigua unos quejiditos femeninos harto familiares. Picado por la curiosidad llamó por teléfono al portero preguntando quién se hospedaba en la estancia de al lado. El empleado, pensando que se trataba de una pregunta de mero trámite, respondió que su ocupante era la duquesa de Aosta.A la mañana siguiente Manolo (así le llamaban en casa) muy galante, envió a su mujer un ramo de rosas con el siguiente billete: "Espero que hayas pasado una buena noche, cariño".