Hace unos días Silvia escribió uno de sus magníficos artículos titulado "El autobús" en el que relataba un desagradable sucedido que le tocó padecer. Brava como es, supo apartarse de la manada y actuó como debía.
Sin parecerse lo más mínimo, me vino a la memoria un sucedido que viví en mi época de estudiante de Bachillerato cuando utilizaba el tranvía como medio de locomoción para acudir al colegio. El vehículo era idéntico al de la fotografía (si no era el mismo) y el día, de otoño.
Volvíamos del colegio a mediodía para comer, con el tranvía a tres cuartos de ocupación. Aquellos tranvías tenían dos plataformas, una delantera y otra trasera. En la trasera, por donde subían los pasajeros, tenía un escueto habitáculo el cobrador, casi siempre un hombre huraño y malhumorado, que sacaba los billetes de una máquina pulsando unos botones y tenía las monedas para la vuelta ordenadas en una caja. En la plataforma delantera, por donde bajaban los pasajeros, iba el conductor, que solía ser siempre un hombre delgado y capaz de mantener entre los labios un cigarrillo de liar medio apagado, protegido por una barra semicircular y gobernando unos manubrios, cataclac-clac-clac-cataclac, que a los críos nos parecían chulísimos. A lo largo del vehículo había dos filas laterales de asientos y barras en el techo para agarrarse. Como los asientos eran pocos, casi todo el mundo iba de pie, obvio.
Pues bien, el tranvía a medio llenar en hora punta, llega a una parada en la que se produce un aluvión de pasajeros que suben, mientras que pocos bajan. La irrupción de aquella turbamulta empezó a originar toda suerte de apreturas e incomodidades. Y, en aquel momento, un señor de pueblo que hasta entonces había estado sujeto a la barra sin mayor problema fue arrastrado por la avalancha. Y en medio del fragor exclamó a voz en grito en idioma aragonés:
-¡No empentís, ni arrempujís! ¡Si no cabís, ¿pa qué coño sus metís?!*
Se hizo un silencio sepulcral en el tranvía. La manada quedó muda como por ensalmo ante la exclamación de aquel señor. Parecía como si un sentimiento de vergüenza colectiva se hubiese apoderado de todos los ocupantes. Aquel hombre había derrotado a la masa utilizando un arma infalible: La lógica.
*"No atropelléis, ni empujéis. Si no cabéis, para que diantres os metéis". Nota del traductor.
Sin parecerse lo más mínimo, me vino a la memoria un sucedido que viví en mi época de estudiante de Bachillerato cuando utilizaba el tranvía como medio de locomoción para acudir al colegio. El vehículo era idéntico al de la fotografía (si no era el mismo) y el día, de otoño.
Volvíamos del colegio a mediodía para comer, con el tranvía a tres cuartos de ocupación. Aquellos tranvías tenían dos plataformas, una delantera y otra trasera. En la trasera, por donde subían los pasajeros, tenía un escueto habitáculo el cobrador, casi siempre un hombre huraño y malhumorado, que sacaba los billetes de una máquina pulsando unos botones y tenía las monedas para la vuelta ordenadas en una caja. En la plataforma delantera, por donde bajaban los pasajeros, iba el conductor, que solía ser siempre un hombre delgado y capaz de mantener entre los labios un cigarrillo de liar medio apagado, protegido por una barra semicircular y gobernando unos manubrios, cataclac-clac-clac-cataclac, que a los críos nos parecían chulísimos. A lo largo del vehículo había dos filas laterales de asientos y barras en el techo para agarrarse. Como los asientos eran pocos, casi todo el mundo iba de pie, obvio.
Pues bien, el tranvía a medio llenar en hora punta, llega a una parada en la que se produce un aluvión de pasajeros que suben, mientras que pocos bajan. La irrupción de aquella turbamulta empezó a originar toda suerte de apreturas e incomodidades. Y, en aquel momento, un señor de pueblo que hasta entonces había estado sujeto a la barra sin mayor problema fue arrastrado por la avalancha. Y en medio del fragor exclamó a voz en grito en idioma aragonés:
-¡No empentís, ni arrempujís! ¡Si no cabís, ¿pa qué coño sus metís?!*
Se hizo un silencio sepulcral en el tranvía. La manada quedó muda como por ensalmo ante la exclamación de aquel señor. Parecía como si un sentimiento de vergüenza colectiva se hubiese apoderado de todos los ocupantes. Aquel hombre había derrotado a la masa utilizando un arma infalible: La lógica.
*"No atropelléis, ni empujéis. Si no cabéis, para que diantres os metéis". Nota del traductor.
10 comentarios:
¡Qué años compañero!. En ciertas cosas, los añoro. El tranvía, no; que conste. Y a buen entendedor...
Lo que nos enseña que la gente mas "sencilla" utiliza limpiamente la lógica, que muchas veces olvidamos...
Aunque esto para nada puede ser aplicado en mi México, si de tratar se trata de subir al Metro en la capital en horas pico, ahi si que ni cabiendo un alfiler, se suben sepetecientos miles de personas...toda una odisea, que ya viviras, me cae que si!!, es una experiencia digna de contar...(no se si viene al caso, pero lo quise poner, usted disculpara el atrevimiento!!)
bss
Él respondió con lógica. Los de ciudad querían usar la chulería. Cogemos todos, aunque vayamos como piojos en costura. Aquí sigue pasando y el día menos pensado, me encuentro a alguno, cuán Spiderman, pegado al techo.
Me gustan los tranvías como los de Lisboa, que llevan toda la vida. Y en los que si te echas una carrerita y un salto grácil, montas de gorra. Pero no esos modernos que parecen enormes supositorios (será que mientras los montan, dan por c... a los ciudadanos).
Menos mal que aquí no tenemos un duro, porque si no, a Ruiz-Faraón le daba por poner otra vez tranvías.
Y con lo de brava, te has pasado un poquito, ¿eh? (pero gracias)
Mira, me voy a apuntar la frase, la original quiero decir, y en una de estas la suelto en el metro de Sol en hora punta. Incluso puedo acompañarla de un escupitajo para que quede más asertiva.
De la impresión, puede que me hagan un hueco.
Y yo, tan chula.
Pues fíjate que no viene mucho a cuento, pero me has recordado un pub que frecuentaba yo en mis años mozos (hace dos días, ejem...). Aquel buen hombre tenía más morro que espalda, pero le salía bien la jugada, porque el garito en cuestión estaba siempre a rebosar.
El local era como un tunel, laaaargo y estrecho, y al fondo había una especie de ensanchamiento. Pues bien, ahí cabía to' Dios. Él sólo se dedicaba a ponerse en la entrada y decir: ¡Pasen señores, que al fondo hay sitio! Y tú, como si fuera la primera vez que ibas allí, pasabas, y de repente estabas como puta por rastrojo: Pa'quí, pa'llá...
Pero es lo que tiene ser aragonés, que tozudos somos un rato.
Ya perdonarás mi asociación de ideas.(Y el rollo)
Besicos de la fatica.
PD_ Muy bueno "El autobús" de Silvia
O el chiste antiguo:
- ¿Cómo consiguen en Zaragoza meter diez pasajeros en un seiscientos?
- Fácil. Diles que no caben.
Y en Barcelona ?
Fácil ,tirales dos euros dentro!!
Y en Barcelona ?
Fácil ,tirales dos euros dentro!!
Por acá se le llama "hora pico", a esas horas en que entran o salen las personas del trabajo o de la escuela, y que la mayoría anda en la calle tratando de conducir o de tomar un medio de transporte urbano para trasladarse de la casa a la escuela o trabajo y viceversa.
y los autobuses o el tren metropolitano, van a repletos de gente, sobre todo en las ciudades mas grandes, y la verdad es que cuando pasa eso dan ganas de gritar lo que aquel hombre gritó.
Saludos.
Yo recuerdo de aquellos tranvías que en cuanto te descuidabas ,te metían mano, y es que los hombres antes estaban "desataos" ,en cambio ahora parece que desayunan bromuro con los"crispis"...
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