Cuando mozo, solía acudir junto a las puertas del Teatro Principal -creo que estaba allí el Banco Ibérico- con el fin de conseguir una entrada de "cla" para asistir a la representación de la obra de turno. Allí, un andoba con puro (o sólo era "farias", que no distinguía yo entonces) nos vendía la entrada de gallinero a mitad de precio con la única obligación de aplaudir a la indicación de un propio que ocupaba una localidad estratégica. A los estudiantes amantes del teatro nos venían de maravilla aquellos descuentos para nuestros arguellados estipendios. La realidad era que pocas veces hacían falta las indicaciones, pues a mi pueblo venía el teatro justo y, o era muy bueno, o era rematadamente malo. Si era bueno aplaudías de buen grado y, si era malo, ni el jefe de "cla" se molestaba en aplaudir.
Esto de la "cla" era una costumbre teatral importada de los grandes coliseos europeos vinculados al género operístico. La vanidad y la rivalidad de los artistas de ópera había establecido la costumbre de distribuir unas localidades entre sus incondicionales con el fin de "romper el hielo" durante sus actuaciones, aplaudiendo ruidosamente en los pasajes que los propios artistas señalaban. Del libre albedrío de los artistas, pasó la costumbre a las empresas, ávidas de realzar a sus divos o para luchar contra la competencia de otros famosos artistas.
Es de justicia señalar que en las funciones de ópera, la mayoría del público de abono, las enjoyadas damas y los donosos caballeros muy puestos de frac, eran muy poco propicios a significarse con muestras de aprobación tales como los aplausos, que reputaban de verdadero "mal tono". Ellos pagaban y, con ello, no tenían por qué adscribirse a ningún género de manifestaciones de entusiasmo. A no ser que el sentimiento fuera tan intenso como para alcanzar ese punto de enardecimiento que hace olvidar la compostura. Sí resultaba -por el contrario- de buen gusto juntar las enguantadas manos aplaudiendo sin hacer ruido en tal, o cual, momento y, siempre, en aquellos en que el "claquer" se rompía las suyas a fuerza de batirlas. Tal ruido era interpretado por la gente de alcurnia como una especie de servidumbre, homenaje propio de vasallos. De ahí que se titulase "alabarderos" (guardias de Corps) a los que integraban la "cla" de los teatros.
Esto de la "cla" era una costumbre teatral importada de los grandes coliseos europeos vinculados al género operístico. La vanidad y la rivalidad de los artistas de ópera había establecido la costumbre de distribuir unas localidades entre sus incondicionales con el fin de "romper el hielo" durante sus actuaciones, aplaudiendo ruidosamente en los pasajes que los propios artistas señalaban. Del libre albedrío de los artistas, pasó la costumbre a las empresas, ávidas de realzar a sus divos o para luchar contra la competencia de otros famosos artistas.
Es de justicia señalar que en las funciones de ópera, la mayoría del público de abono, las enjoyadas damas y los donosos caballeros muy puestos de frac, eran muy poco propicios a significarse con muestras de aprobación tales como los aplausos, que reputaban de verdadero "mal tono". Ellos pagaban y, con ello, no tenían por qué adscribirse a ningún género de manifestaciones de entusiasmo. A no ser que el sentimiento fuera tan intenso como para alcanzar ese punto de enardecimiento que hace olvidar la compostura. Sí resultaba -por el contrario- de buen gusto juntar las enguantadas manos aplaudiendo sin hacer ruido en tal, o cual, momento y, siempre, en aquellos en que el "claquer" se rompía las suyas a fuerza de batirlas. Tal ruido era interpretado por la gente de alcurnia como una especie de servidumbre, homenaje propio de vasallos. De ahí que se titulase "alabarderos" (guardias de Corps) a los que integraban la "cla" de los teatros.
Gracias a ejercer de "alabardero" cuando jovenzano, pude disfrutar (y aprender) del oficio de Lemos, Merlo, Bódalo, Rodero, las Gutiérrez Caba, o la Riaza entre otros muchos por un módico precio.
Ya no existe la "cla", (en el teatro me refiero, que los modernos alabarderos cobran nómina y comisiones) y no hay mozuelos junto a las puertas de los teatros media hora antes de la función para conseguir una entrada a mitad de precio con derecho a aplauso.
Ya no existe la "cla", (en el teatro me refiero, que los modernos alabarderos cobran nómina y comisiones) y no hay mozuelos junto a las puertas de los teatros media hora antes de la función para conseguir una entrada a mitad de precio con derecho a aplauso.
8 comentarios:
¡qué tiempos aquellos!
un placer su visita a mi giraluna, le hago una pregunta, ¿cómo ha llegao?
Gracias!
un gran beso alunado.
Es muy interesante lo que comentas.
Un abrazo!
Es estupendo recordar estas cosas olvidadas. Yo también acudía a un Teatro Principal, ahí está en mi tierra Vitoria.
Una prosa enjoyada la suya, y muchas gracias por sus palabras en mi blog.
Carlos, Ismael, José, José María -¡qué mala leche y que gran actor!-, Irene, Julia, Berta...
Alfredo "El bien mirado"...
¿Cree señor mío que puede uno ser un gran actor llamándose Pe?
La de tiempo que hace que no veo teatro como el de antes ,ni actores!! Y eso que la tal Pe no es que sea mala ,creo yo.Las hay peores..
Con una simple lectura se puede observar, que aparte de alabardero y por la forma en la que entona su prosa, gran cultura detenta.
Hoy en día y mayormente en cine y televisión, nos pretender acostumbrar con una especie de cla, electrónica, o risas y aplausos enlatados, que personalmente nunca me rio ni aplaudo, cuando meten la "lata". 1 saludo. Mortimer
Que placer su comentario sobre "la cla", me ha recordado lo que me contaba mi padre, ya fallecido, cuando llego a Madrid con una mano adelante y otra detrás en los años 40, "ahí es na" y para sacarse un durito, estar caliente y encima poder pagarse un bocadillo, un café y la pensión, acudia al Teatro Español en la plaza de Santa Ana. Que recuerdos... gracias.
Gracias por amar así a nuestra querida lengua, hacía mucho que no disfrutaba tanto con un texto.
Que Satanás confunda a todos los que la envilecen a diario.
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