Tenía fama Rafael Rivelles de ser el mejor actor de su tiempo pero, también, de hombre adusto y no muy cordial con los actores de su compañía. Sólo en los momentos previos a los ensayos, el áspero don Rafael tenía la costumbre de suavizar su carácter y contar uno o dos chistes que los actores y actrices celebraban con sonoras carcajadas.
Un día, don Rafael, que no había saludado a ninguno de los cómicos al cruzarse con ellos por el pasillo, soltó su primer chiste. Fue acogido con incontenibles carcajadas por todos los actores de la compañía, excepto por uno. Rivelles miró fijamente al actor joven que no se había reído.
- ¿A usted no le ha hecho gracia? –preguntó el primer actor, director, empresario.
- Es que yo me he despedido ayer –respondió el joven.
Un día, don Rafael, que no había saludado a ninguno de los cómicos al cruzarse con ellos por el pasillo, soltó su primer chiste. Fue acogido con incontenibles carcajadas por todos los actores de la compañía, excepto por uno. Rivelles miró fijamente al actor joven que no se había reído.
- ¿A usted no le ha hecho gracia? –preguntó el primer actor, director, empresario.
6 comentarios:
Yo creo que ya había Lotería en esa época...
Más autenticidad es lo que necesita el mundo... es muy significativo y muy aplicable a mucho de lo que nos rodea, a esa hipocresía que nos embarga, este efecto de los chistes.
Absolutamente de actualidad (nunca deja de estarlo ¿verdad?). ¡Un beso!
Sí, solo somos capaces de decir lo que pensamos cuando nos sentimos libres de la carga que corresponda.
Yo me pregunto si el señor Rivelles readmitió o no a ese actor. Yo al menos lo habría hecho...
Besos
Y lo a gusto q se quedaría el muchacho al responderle...
Besazos, Chafarderillo ;)
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