Don Pedro Calderón de la Barca tuvo una mocedad agitada. Malfurrió la herencia de su padre, se metía en reyertas por un quítame allá esas pajas, desenvainaba el acero con harta reiteración. Y profanó un convento de clausura.
Esto último sucedió en el Madrid de 1629, cuando en el mentidero de Representantes de la calle del León se organizó una agarrada entre gentes del teatro que acabó en pendencia. Un actor, Pedro Riquelme, desenvainó la espada e hirió a un hermano de Calderón de la Barca y éste se fue a por él. El actor puso pies en polvorosa y, en su huida, se escondió en el convento de las Trinitarias, donde estaba enterrado Cervantes y guardaba entonces clausura la hija de Lope de Vega. Don Pedro y sus amigos no se pararon en barras y asaltaron el convento, revolviendo todo, registrando celdas y -hay quien dice- que levantando el velo a las monjitas para comprobar que no estaba Riquelme disfrazado de sor.
El actor escapó indemne, pero el autor de La vida es sueño terminó detenido. Lope de Vega le escribió una airada carta en la que le ponía a caldo por haber profanado la clausura de su hija y pisoteado el sepulcro de Cervantes.
Y quizá el espíritu de don Miguel tuviera algo que ver -que en estos menesteres de ultratumba nunca se sabe- en los avatares que sufrió el cadáver de Calderón cuando decidió dejar este mundo y fue enterrado en la iglesia de San Salvador. Allí descansó durante ciento sesenta años hasta que le exhumaron porque el templo iba a ser derruido. Lo trasladaron a la capilla de la Archicofradía Sacramental de San Nicolás con todos los honores, mientras los cómicos de la época salieron al paso del cortejo para rendir homenaje a quien recitaban tan a menudo.
Esto último sucedió en el Madrid de 1629, cuando en el mentidero de Representantes de la calle del León se organizó una agarrada entre gentes del teatro que acabó en pendencia. Un actor, Pedro Riquelme, desenvainó la espada e hirió a un hermano de Calderón de la Barca y éste se fue a por él. El actor puso pies en polvorosa y, en su huida, se escondió en el convento de las Trinitarias, donde estaba enterrado Cervantes y guardaba entonces clausura la hija de Lope de Vega. Don Pedro y sus amigos no se pararon en barras y asaltaron el convento, revolviendo todo, registrando celdas y -hay quien dice- que levantando el velo a las monjitas para comprobar que no estaba Riquelme disfrazado de sor.
El actor escapó indemne, pero el autor de La vida es sueño terminó detenido. Lope de Vega le escribió una airada carta en la que le ponía a caldo por haber profanado la clausura de su hija y pisoteado el sepulcro de Cervantes.
Y quizá el espíritu de don Miguel tuviera algo que ver -que en estos menesteres de ultratumba nunca se sabe- en los avatares que sufrió el cadáver de Calderón cuando decidió dejar este mundo y fue enterrado en la iglesia de San Salvador. Allí descansó durante ciento sesenta años hasta que le exhumaron porque el templo iba a ser derruido. Lo trasladaron a la capilla de la Archicofradía Sacramental de San Nicolás con todos los honores, mientras los cómicos de la época salieron al paso del cortejo para rendir homenaje a quien recitaban tan a menudo.
Disfrutó don Pedro de veintiocho años plácidos hasta que decidieron llevarle a lo que iba a ser el nunca concluso Panteón de hombres ilustres en san Francisco el Grande. Y sus huesos quedaron amontonados durante cinco años junto a otros insignes hasta que los devolvieron a sus lugares de origen. Así que de vuelta a san Nicolás, en un traslado que inauguró el viaducto de Madrid, en su cuarto entierro. Seis años de sosiego hasta que lo trasladaron al templo de la calle de la Torrecilla del Leal.
Cuando se cerró esta parroquia, y a la espera de la construcción de una nueva en la carrera de san Bernardo, se trasladaron los restos en 1902 a una capilla del antiguo Hospital de la Princesa. El nuevo templo de la calle de san Bernardo estuvo listo unos años después y allá que fueron los huesecillos del escritor con la esperanza de descansar en paz de una vez. Pero el advenimiento de la República vino a truncar el reposo, pues el templo fue incendiado durante la quema de iglesias y los restos se supone que acabaron chamuscados.
Se dio por desaparecido a Calderón porque la urna con sus restos no apareció. Pero... Al parecer, un grupo de previsores frailes ocultaron los restos para que los republicanos no la emprendieran con ellos. Lo emparedaron. Así lo confesó un anciano sacerdote al historiador Francisco Azorín, aunque lo que no le dijo fue dónde lo escondieron porque nadie lo recordaba.
Dijo el ilustre periodista zaragozano Mariano de Cavia que no hay en España profesión más intranquila, insegura e incómoda que la de difunto ilustre.
7 comentarios:
Gracias Oshidori, por tan interesante información, dejo aquí un fragmento de "La vida es sueño"
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bién es pequeño,
¡Qué toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son!
Los de mi oficio solemos decir que es mu joío que le den a una calle tu nombre.
Y es que como somos muy brutos solo hay una manera de ser ilustre: que te apiolen....
¡No hay que preocuparse! Que con la de obras que hacemos por estos lares, aparecen los huesos de tan ilustre escritor el día menos pensado. De todas formas, si algún día te animas a la caza del tesoro (los huesos de Calderón) yo te puedo dar apoyo técnico (pico y pala) e intendencia. Vamos, que me conozco yo cada tasca por esa zona de Madrid...
Yo lo habría ocultado en el Cuartel del Conde Duque, que pilla cerquita de San Bernardo. A ver quien tenía huevos de ir a quemarles el cuartel a sus inquilinos, que decían que tenían muy mal café.
Besicos
Pues no creo que las monjas se lo hayan pasado tan mal, digo yo!!
Con tan ilustres hombres, checándoles "aquellito", pues culquiera se siente ofendido...hahaha
tatmf
Yo no me proeocuparía por los huesillos ,si por ahí se guardan madericas del Arca de Noé!Seguro que acaban apareciendo un día de estos.
De Calderón quedan sus genialidades, y con los huesos a hacer caldo.
Mientras que su obra sea reconocida, y transmitida de generaci�n en generaci�n, que sus huesos ocultos en el anonimato descansen en paz por fin.
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