Hace un siglo estaba muy extendida en España –sobre todo en Madrid- la costumbre del pateo en los teatros. Los había terribles. Era la manera de manifestar el desagrado que provocaba la obra y solía producirse el día del estreno, aunque ni autores, ni cómicos, estuvieran seguros de que no surgiera cualquier otro día. En muchas ocasiones no se debía a la pésima calidad del espectáculo, sino a intrigas turbias entre empresarios, autores, críticos, etc... De cualquier modo, un pateo producía verdadero pánico.
Ahora resulta impensable un estreno en el que pueda organizarse un pateo, pues el público amante y conocedor del teatro es escaso en esos actos y mayoritario el público de figurón y politiquería, tan probadamente iletrado en cuestiones artísticas como proclive a aplaudir todo lo que se mueva, aunque sea un acomodador. Si un ciudadano particular “pateara” una obra porque considerase que era horrorosa per se y su puesta en escena resultara presidiable, con toda probabilidad sería puesto en la calle por algún aguerrido guarda de seguridad entre los aplausos de un “respetable público” turbado por el conato de diferente opinión de un desclasado.
Ahora resulta impensable un estreno en el que pueda organizarse un pateo, pues el público amante y conocedor del teatro es escaso en esos actos y mayoritario el público de figurón y politiquería, tan probadamente iletrado en cuestiones artísticas como proclive a aplaudir todo lo que se mueva, aunque sea un acomodador. Si un ciudadano particular “pateara” una obra porque considerase que era horrorosa per se y su puesta en escena resultara presidiable, con toda probabilidad sería puesto en la calle por algún aguerrido guarda de seguridad entre los aplausos de un “respetable público” turbado por el conato de diferente opinión de un desclasado.
Eran otros tiempos, más o menos por 1908 según relataba el actor Enrique Chicote, cuando se organizó La liga de la alpargata para protestar contra la carestía del calzado. Todo el mundo utilizaba la paupérrima alpargata, incluso con traje de etiqueta. También en los escenarios, para no significarse contrariamente a la democrática protesta, los actores salían a escena en idénticas condiciones, calzando alpargatas aunque vistieran frac.
Pues resultó –ejemplo de la influencia social del teatro en aquellos tiempos- que una de las causas por las que fracasó el movimiento de la liga de la alpargata fue porque en los estrenos no se podía meter ruido con los pies; el de los bastones no era suficiente.
Si alguno de ustedes tiene la tentación de patear en un teatro, cuénteme sus sensaciones, se lo ruego.
1 comentario:
¿Tentación?; ¿sólo en el teatro?.
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