Tomando café con unos buenos amigos hace un par de días, hablábamos del divismo artístico de una común amiga (somos cotillas, qué le vamos a hacer). Y en el teatro la diva por excelencia fue Madame Sarah Bernhardt. El dramaturgo francés Victorien Sardou dijo de ella: "Hay algo más admirable que ver actuar a Sarah Bernhardt: es verla vivir".
Por una especie de extraño mimetismo -común en muchos actores y actrices, pero desarrollado de un modo especial en madame Sarah- en la vida cotidiana era Fedora, Cleopatra, Fedra, Medea, al menos por el decorado y por su autoridad. Reinaba sobre los demás, sobre una corte de sirvientes, amigos, incluso los transeúntes. Su casa estaba llena de oro, ella no se sentaba sino en cátedras, no levantaba la mano más que para pronunciar palabras sentenciosas, viajaba como una soberana con su corte, sólo veía personas que se inclinaban a su paso.
La representación de Fedora debía comenzar, como estaba establecido, inexcusablemente a las ocho en punto. El administrador del teatro se acerca al camerino de Sarah Bernhardt y le dice: "Señora, serán las ocho cuando usted lo desee".
Por una especie de extraño mimetismo -común en muchos actores y actrices, pero desarrollado de un modo especial en madame Sarah- en la vida cotidiana era Fedora, Cleopatra, Fedra, Medea, al menos por el decorado y por su autoridad. Reinaba sobre los demás, sobre una corte de sirvientes, amigos, incluso los transeúntes. Su casa estaba llena de oro, ella no se sentaba sino en cátedras, no levantaba la mano más que para pronunciar palabras sentenciosas, viajaba como una soberana con su corte, sólo veía personas que se inclinaban a su paso.
La representación de Fedora debía comenzar, como estaba establecido, inexcusablemente a las ocho en punto. El administrador del teatro se acerca al camerino de Sarah Bernhardt y le dice: "Señora, serán las ocho cuando usted lo desee".
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