martes, diciembre 28, 2010
jueves, diciembre 23, 2010
jueves, septiembre 23, 2010
Sueños en la luna
Pero el otro día vi la luna llena. Blanca y redonda esperaba el otoño sin premura, luminosa en una noche que animaba profecías.
Imaginé que en unas horas, tu la verías igualmente, y quise soñar para que la luna te contara mis sueños.
Voy por tu cuerpo como si caminara las calles que caminamos juntos; tu vientre es una plaza soleada, tus pechos dos iglesias donde se ofician cantos, tus ojos una fuente de agua clara.
Rodeo tu talle como la brisa que nos besa, camino en tu cabello como entre flores. Me acurruco en tus manos de sombra protectora.
La noche cierra su abanico y el instante translúcido se cierra. La noche durmió verano y se despierta otoño.
Y, tú, guardas ya mis sueños bajo tu almohada.
Felicidades MaB
domingo, julio 18, 2010
El convento de san Plácido (y II)

La escena nos muestra al de Austria entrando de tapadillo en el convento, aproximándose al locutorio donde ve a la novicia y, ¡Zaca!, flechazo incontinente. Y Felipe se debate. ¿Tirará más la teta de Margarita o la carreta de Dios? Y deambula convulso por los pasillos de palacio, se retuerce las manos, suda, no duerme... Decidido: Tira más la teta. Don Jerónimo habrá de hacerle de rufián y lo hace de una vez pues, ya que vive muro con muro con san Plácido, no titubea en abrir un boquete que a su vez da al trastero de las monjas.
Pero... ¡Lo descubre la abadesa! Y la buena señora se dispone a vender cara la ingle de su pupila. Aunque no de cualquier forma, no, que lo hace con un ardid tan macabro digno de figurar en un museo de los horrores. Viste a la novicia de blanco, convierte su celda en capilla ardiente y la instala en un túmulo con las manos juntas, los ojos prietos y un crucifijo entre los dedos, perinde ad cadaver.
Virginidad, satiriasis, muerte, religión y monarquía, ¡qué espectáculo tan cabalmente español!
No parece necesario añadir que don Felipe y don Jerónimo salieron de naja escopeteados sin esperar a más. Tampoco hace falta mucha imaginación para intuir que a los pocos días todo se supo y otra vez el soberano dio en desear a Margarita. Y como el que la sigue la consigue -principalmente si ostenta cetro y corona- podemos presentir el desenlace. Llegaron las presiones, llegaron los amagos, llegaron las dádivas y, a la postre, pudo el rey fornicar como un jenízaro con la moza quien, a los diez minutos, ya había perdido su condición de tal (aunque las malas lenguas aseguran que con taimería de mujer y de monja no dejó de aparentarla hasta el día de su muerte).
Y hay un colofón a esta historia (ya comentamos que el penúltimo de los Austrias brilló siempre por su piedad). Dos sobornos envió Felipe al convento de san Plácido para expiar las infamias urdidas y cometidas a su sombra. El primero fue un reloj de carillón y música que de quince en quince minutos tocaba a muerto. El segundo ese Cristo de Velázquez que al subyugarnos los Borbones terminó donde hoy está.
miércoles, junio 30, 2010
Las Vuvuzelas de Jericó

En este mundial de Sudáfrica me estoy aburriendo soberanamente porque no veo más que alguna jugada aislada que merezca la pena. Y me abruma la expectación que el evento despierta, hasta el punto de anestesiar dolores sociales y económicos importantes. El evento y sus daños colaterales, pues no sé si me divierte o me horroriza que sean portadas de periódicos del mundo que la novia de Casillas (muy mona ella) distraiga al cancerbero, que el presidente francés Sarkozy haga cuestión de Estado la eliminación de su equipo o que el diputado mexicano Eric Rubio proponga citar a Javier Aguirre en la Cámara de Diputados para que explique sus cambios en la alineación.
Pero lo que me ha llamado la atención ha sido la alegría de miles de sudafricanos -ignoro si real o fingida- animando a todos los equipos participantes. Bailes, sonrisas y vuvuzelas. Sí, esas trompetas que con irritante insistencia chiflan durante todo el partido. Queda demostrado que los sudafricanos son inasequibles al desaliento y tienen unos pulmones de campeonato.
Me pregunto si con esa porfía musical lo que pretenden es derribar cual las murallas de Jericó las paredes de esa vieja puta que es Europa y que durante siglos ha exprimido, explotado y asolado hasta el último rincón del continente africano.
Me dan igual los regates de Messi o los goles del Niño Torres. Me quedo con ese llanto incesante de las vuvuzelas.
jueves, marzo 18, 2010
Porras molestas
-¡Lo que molesta es la insistencia!
lunes, febrero 22, 2010
Diálogo (cruel) entre actores jóvenes
-Hola, cuánto tiempo sin verte.
-Ya lo creo, ¿cómo estás?
-Bien, muy bien.
-¿Si? ¿Estás haciendo algo?
-Acabo de rodar un capítulo de una nueva serie de televisión.
-¡Guay! ¿De qué va?
-De esas de forenses y policías que están de moda.
-Genial, tío. ¿Qué personaje?
-Hago de yonki muerto, tío, genial.
-¡Guay, guay!
-Un personaje lleno de matices, tío. Fantástico.
-¿Tienes mucha frase?
-No, tío, que estoy muerto, pero ¡no veas cómo me he entregado en el personaje!
-Lo creo, eras muy bueno ya en la academia de arte dramático.
-¿Y tu?
-Estoy ensayando una obra en el teatro de la Alcantarilla, genial, tío.
-¡Qué guay! Cuánto me alegro.
-Estrenamos en un mes.
-¿Tienes mucho texto?
-Hago de camarero y digo: “La cena está servida”.
-¡Genial, tío!
-Y lo digo dabuti, oye, con una prestancia, un estilo...
-Es que tú eres hombre de teatro, es genético lo tuyo.
-¿Quién nos iba a decir en la academia que a estas alturas ya tendríamos unos papeles tan guays, ¿eh?
-Desde luego, tenemos una suerte loca, tío...
miércoles, febrero 17, 2010
El convento de san Plácido
Se dijo que casi todas las monjas (veinticinco de las treinta que había) estaban endemoniadas. Y entre ellas la priora y fundadora, Doña Teresa de Silva, moza de veintiocho años y noble linaje.
Fue éste, negocio de la mística alumbrada, tan proclive a perdonar los pecadillos de alcoba entre expertos confesores solicitantes y doñas debidamente solicitadas. Pedir -discurrirían aquellos clérigos- poco cuesta, pues el no lo llevas gratis y cualquier revolcón, por decepcionante que resulte, merece el riesgo de recibir un cachete de manos blancas.
Voy a dejar que la galantería me obnubile el juicio al relatar maremágnum tan galante: La culpa no fue de las cándidas religiosas, sino del lujurioso confesor Fr. Francisco García Calderón natural de Barcial de la Loma, en Tierra de Campos, y con cincuenta y seis tacos de almanaque a la espalda, que por aquel entonces mandaba intramuros del convento, quien aprovechando su autoridad se pasó por la piedra a las pupilas, empezando por la priora y siguiendo en orden alfabético o cronológico -quién sabe- hasta calzarse a casi toda la comunidad. Quizá las cinco que se libraron fueron más dengues o inoportunas como para resistirse.
Imaginen cómo de felices y retozonas iban las inocentes de san Plácido de pastoforio en transepto, hasta que el Santo Oficio juzgó necesario tomar cartas en el asunto, pues en su “intento” de exorcizarlas, llevaba el antedicho García Calderón tres años (de 1628 a 1631) entre visajes y conjuros. Tal música de somieres llevó a las cárceles secretas de Toledo al confesor, la priora y las monjas.
Tras varios incidentes de recusación, fue sentenciada la causa en 1633, declarando al padre Calderón “sospechoso de haber seguido a varios herejes, antiguos y modernos, especialmente gnósticos, agapetos, y nuevos alumbrados, y los errores de los pseudo Apóstoles, los de Almarico, Serando y Pedro Joan”.
Por más que Fr. Francisco negó lo de ser alumbrado ni hereje y dijo que en los actos libidinosos había procedido “como flaco y miserable”, sin pensar ni dogmatizar que fuesen buenos. Se le condenó a abjuración de vehementi, a sufrir ciertos disciplinazos y a reclusión perpetua en la celda de su convento. Las monjas abjuraron de levi y se las repartió por varios conventos con diversas penitencias.
Diez años después, el Tribunal aceptó la apelación de la priora, quien hizo constar que todo fue una maraña urdida por Fr. Alonso de León, enemigo acérrimo del confesor, y por el comisionado de la Inquisición, Diego Serrano, que aturdió a las monjas y las hizo firmar cuanto él quiso. La priora probó hasta la evidencia que jamás había penetrado en el convento la herejía de los alumbrados, ni otra alguna. Que el confesor las exorcizaba de “buena fe”, pero que quizá todo fuera debido a causas naturales (fenómenos nerviosos, que diríamos hoy).
La Inquisición mandó revisar los autos, hizo calificar de nuevo las proposiciones por los más famosos teólogos de varias órdenes y por sentencia de 5 de octubre de 1638 restituyó a las monjas en su buen nombre, crédito y opinión, dándoles testimonio público de esta absolución. Del confesor nada se dijo, lo cual da a entender que no le alcanzó el desagravio.
Saque cada cual sus conclusiones sobre qué tenía peor prensa: la herejía o la líbídine (cachondez, en román paladino).
Si les ha gustado este episodio sobre el convento de san Plácido, me lo dicen. Pues queda un segundo igualmente jugoso.
martes, enero 26, 2010
Dicotomía
En España se es del Barcelona o del Madrid, de Cánovas o de Sagasta, de Lagartijo o de Frascuelo, de Quevedo o de Góngora. Y una inmensa minoría que tiene el atrevimiento de ser del Numancia, del Paloma (de Santoña) o de la Balompédica Linense, puede considerarse desclasada y marginal. Apliquemos el símil futbolero a cualquier otro ámbito y el resultado será parecido.
Con qué pasmosa frivolidad el español de un bando denigra algo que hace el bando enemigo (que no adversario) y aplaude que ese mismo algo se haga en el propio.
Sabrán ustedes que allá por la segunda década del pasado siglo XX, existió una famosa rivalidad entre José Gómez "Joselito" y Juan Belmonte, dos toreros de tronío. Y tal pugnacidad no la tenían sólo los matadores, sino sus incondicionales seguidores. Pura dicotomía, nuevamente. Pues bien, un día que habiendo toreado el Gallo Chico (Joselito) en una plaza de un lugar de España y cuajado una faena antológica, el entusiasmo de sus seguidores llevó a éstos a pasearlo en hombros hasta la iglesia parroquial con objeto de solicitar del cura las andas que se utilizaban para la procesión de la Virgen, a fin de subir en ellas al torero y pasearlo por la localidad exhibiendo mayor gloria y exaltación de sus habilidades taurómacas. El cura párroco se espantó ante tal demanda y llegó a reprochar a aquellos fanáticos taurinos aquella osadía.
-Pero... pero... ¿Os habéis vuelto locos? ¿Utilizar la peana de la Santísima Virgen, nuestra Patrona, para pasear a Joselito?
Los apasionados aficionados admitieron de inmediato que tal petición -casi rayana en el sacrilegio católico- era una barbaridad y se dieron media vuelta avergonzados de su exacerbado entusiasmo. Apenas alcanzaron a escuchar lo que murmuró el cura por lo bajo:
-Si al menos hubiera sido para Belmonte...
lunes, enero 04, 2010
Propósitos de Año Nuevo
En ese momento recuerdo al padre M. que era mi profesor de Filosofía en Sexto de Bachiller (y un hombre bueno) preguntándonos en clase qué era el tiempo. Y los listos de la clase -obviamente no me encontraba entre ellos- respondiendo: "El tiempo es la magnitud física que permite medir la duración o separación de las cosas sujetas a cambio". El padre M. negaba con la cabeza y hacía un gesto para que contestara el siguiente: "El tiempo es el orden de las cosas que no son simultáneas". Y el jesuita volvía a negar y señalar al siguiente: "El tiempo es una realidad absoluta, homogénea, inmutable, autodeterminada e infinita que fluye y se mueve de forma unidimensional en una sola dirección". El padre M. negó una vez más con la cabeza ante la exasperación de los listos de la clase que habían respondido correctamente lo que ponía en el libro de texto.
-El tiempo es una línea recta -dijo, al fin.
Y, cada 1 de enero, cuando mi amiga me felicita el año nuevo a las dos del mediodía yo recuerdo esa línea recta que tan atinadamente nos señaló el bueno del padre M. en la que se van sucediendo los episodios de la vida. También los que no. Porque mi amiga aprovecha el concierto televisado para hacer sus propósitos de Año Nuevo, que suelen ser dejar de fumar, aprender inglés, ir al gimnasio, perder unos kilos de peso... Y sistemáticamente, desde hace años, los incumple sin el menor atisbo de remordimiento. Sigue fumando, el inglés es un idioma muy raro, los gimnasios están llenos de gente con demasiados buenos propósitos, y, ¿cómo va a perder ni un gramo mientras sigan existiendo los bombones y el chocolate?
Hay muchas personas que hacen propósitos de Año Nuevo. Pero yo no los he hecho en mi vida. Y me siento doblemente marginal, uno, por no hacerlos. Y, dos, por no poder incumplirlos.
¿Qué se siente al hacer un propósito? ¿Qué se siente al incumplirlo? ¿Alguien podría ilustrarme?
Ah, por cierto, ¡¡Feliz Año Nuevo!! (aunque estemos a 4 de enero).